Un futuro tuneado

 Un futuro tuneado

Ilustraciones: Leo CUn futuro tuneado

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La promesa que nos hacen es simple: sin Estado, el Mercado será libre y nos llenaremos de dinero. Se oculta, sin embargo, que los mercados que hoy prosperan son ilegales y que —por el desfonde de los mecanismos de ascenso social— están arrastrando a las nuevas generaciones al OnlyFans, al narcomenudeo o a ser traders de shitcoins, para obtener los bienes suntuarios que quieren. “Según educadores a los que hemos consultado, en algunos colegios chilenos los jóvenes están ‘enviciados’ con las apuestas online”, escribe Juan Pablo Luna. En este artículo, el autor reúne los elementos que están matando a las democracias liberales y delinean el contorno de nuestro futuro.


Hace poco más de un mes, Argentina se vio sacudida por el homicidio de tres chicas que aparentemente se dedicaban al trabajo sexual y al microtráfico de droga. Los acusados son dos: el líder de la banda (alias el Pequeño J), hijo de un narcotraficante originario de Trujillo (Perú) exiliado en el Gran Buenos Aires luego que su padre fuese asesinado en su país de origen, y Matías Ozorio.

Según un perfil publicado después de su detención por el periodista Carlos Burgueño, Ozorio proviene de una familia de clase media baja que apostó por la educación como palanca de movilidad social. Es descrito como un “enfermero ejemplar” en el hospital en que trabajaba, donde era apreciado por sus jefes, quienes le ofrecían continuamente horas extra por su buen desempeño. Pese a ello, Ozorio comenzó a toparse con la frustración de tener un sueldo que no cubría sus aspiraciones. En busca de alternativas, tomó un curso para invertir en criptomonedas con uno de los denominados “Criptobros”. Mientras tanto, a pesar de tener sus imposiciones al día y sin causa aparente, demandó laboralmente al hospital en el que trabajaba. Para evitar el juicio, la institución decidió indemnizarlo. Ozorio invirtió ese dinero y el de amigos en el mercado de criptomonedas, especializándose en el trading de shitcoins. Eventualmente, en medio del fraude de la moneda $LIBRA, terminó perdiendo todo. El próximo paso fue solicitar un préstamo al “narco”, a quien también ofreció invertirle su plata. Rápidamente se reconvirtió en el administrador de las operaciones de lavado del Pequeño J.  Finalmente, tras pocos meses, terminó viéndose involucrado en un cruento triple asesinato motivado, se presume, por la “mexicana” de droga que las chicas le habían hecho al pequeño capo.


“La apuesta por la educación y sus eventuales retornos como mecanismo de movilidad social está desfondada”


La historia de Ozorio es tan extrema como seguramente irrepetible. Sin embargo, su deriva ilustra también un fenómeno más general que ha irrumpido con fuerza en nuestras sociedades: la búsqueda, especialmente por parte de segmentos jóvenes, de formas rápidas de acceder a bienes de consumo suntuosos. Ese consumo, cuya aspiración se ha globalizado (proceso también catalizado por las redes sociales), ha terminado convirtiéndose en el marcador de estatus fundamental. Como declaró en su momento DJ Lizz, “Miro las cosas que he comprado y me lleno de orgullo; y cuando las uso me siento feliz porque me recuerdan que me saqué la concha de tu madre para llegar hasta acá.”

En nuestros colegios, la métrica del éxito son las zapatillas, el celular y eventualmente las armas que cada uno puede ostentar. Esas formas rápidas de acceso al consumo están hoy potenciadas, al menos como promesa, por los retornos esperados de dos tipos de actividad económica: transacciones asociadas a los mercados ilegales y aquellas que pueden realizarse vía plataformas tecnológicas (desde convertirse en streamer o modelo de OnlyFans, a trader exitoso, pasando por trabajos precarios pero flexibles como los que se pueden desarrollar en Uber o vía plataformas de delivery).

Las plataformas tecnológicas apalancan, de forma creativa y novedosa, lo ilegal y lo informal, ofreciendo a cada uno la posibilidad de convertirse en “emprendedor”: desde el microtráfico de los narcozorrones en Chile, al lavado con criptomonedas de la banda del Pequeño J, a las nuevas formas de la trata y el trabajo sexual.


“El pacto fiscal también está roto: todos pretendemos acceder a bienes públicos y pocos están dispuestos a contribuir su parte para sustentarlos”


Dos actividades que han cundido con fuerza y en paralelo en estos años son las apuestas online (y vía tragamonedas físicas en los almacenes para el público adulto) y los créditos ilegales. El endeudamiento crónico de quienes recurren a este último sistema ha multiplicado dos fenómenos: las expropiaciones de bienes y viviendas por parte de bandas criminales, así como hechos violentos que generan “heridas no letales” como las mutilaciones o los balazos en las piernas (ver reportaje sobre desalojos causados por el crimen organizado en Uruguay). Los mercados de las apuestas y del crédito ilegal han avanzado en distintos países, adquiriendo en cada uno características propias.

Según educadores a los que hemos consultado en estos meses, en algunos colegios chilenos los jóvenes están “enviciados” con las apuestas online. En ese entorno ya ha aparecido la figura del compañero prestamista (estudiantes que acceden a sumas de algunos millones de pesos, presumiblemente asociados a los retornos de actividades delictivas, con los que prestan a sus compañeros jugadores). En los barrios de Rosario, en Argentina, la crisis social asociada con los ajustes y el recorte de los planes de asistencia ha puesto en boga al “casinito”. En esta modalidad, las bandas de microtráfico organizan bingos por WhatsApp, en los que sortean alimentos con los que los vecinos cubren sus necesidades básicas. Al mismo tiempo, las bandas ponen a circular lo que recaudan en el microtráfico mediante un sistema de crédito. En el caso de Uruguay, donde un alto porcentaje de los hogares y de las empresas (especialmente PYMES) están clasificadas como “deudores irrecuperables” por el sistema financiero formal, los créditos administrados por organizaciones criminales (por ejemplo, bajo la modalidad del “gota a gota”) también han avanzado con fuerza en los últimos años.[1]

Incluso en países con fuerte crecimiento económico, como Perú, los mercados ilegales se han expandido brutalmente en los últimos años. Los pantallazos que reproduce la imagen que acompaña esta nota corresponden a posteos asociados a tres actividades: la minería ilegal de oro (Perú), la producción de cocaína (Bolivia) y el negocio de la impresión de billetes falsos (Perú). Lo más interesante está en los cientos de comentarios que generan. Allí usted puede leer cómo la mayoría de los usuarios solicita empleo o servicios (por ejemplo, la posibilidad de comprar billetes falsos) a quien postea. Tras décadas de migración campo-ciudad en busca de mejores empleos, así como de un mejor acceso a infraestructura y bienes públicos, la población ha comenzado a buscar empleo y oportunidades en la selva, cada vez más lejos del Estado y del mercado formal.



En suma, los mercados ilegales, así como las múltiples oportunidades para generar ingreso que proveen las plataformas tecnológicas han ido posicionándose como vehículos aptos y legítimos para la satisfacción de nuestras aspiraciones de consumo. En una investigación en curso en colegios chilenos y uruguayos, la potencia relativa de ambos tipos de actividad (en solitario, o combinadas) aparece recurrentemente mencionada como un obstáculo creciente para la educación tradicional y sus agentes. Los educadores se muestran abrumados y desbordados ante la promesa de futuro que articulan los mercados ilegales y la actividad en plataformas tecnológicas. Aunque para muchos jóvenes el colegio sigue siendo un espacio de sociabilidad fundamental (especialmente en Chile, ya que en Uruguay la deserción en educación media es masiva y supera, en el total de la población joven, el 50%), la apuesta a la educación y sus eventuales retornos como mecanismo de movilidad social está desfondada.

La ECONOMÍA y Sociología política de una política obsoleta

Desde la segunda posguerra, la economía política del capitalismo democrático se articuló en torno a dos estructuras: el Estado y el Mercado. Las derechas tradicionales se orientaban programáticamente a soluciones de mercado, buscando estimular el crecimiento económico a través de la competencia. Mientras tanto, las izquierdas tradicionales empujaban por una mayor intervención estatal, con el objetivo de garantizar pisos básicos de dignidad mediante la decomodificación de los individuos.[2] La irrupción de alternativas y vías de escape cada vez más potentes al mercado (formal, legal) y a la prestación de bienes públicos por parte del Estado pone en jaque las bases de sustentación del capitalismo democrático. El pacto fiscal también está roto: todos pretendemos acceder a bienes públicos, pocos permanecen dispuestos a contribuir su parte para sustentarlos

Hoy, un espectro recorre las sociedades contemporáneas: el antiestatismo. La narrativa dominante atribuye la crisis de la democracia contemporánea y el auge de este antiestatismo al advenimiento de figuras carismáticas que explotan el vacío dejado por el colapso de los sistemas de partidos tradicionales y desmantelan el Estado desde arriba en un contexto de polarización generalizada. Desde Javier Milei en Argentina hasta Donald Trump (temporalmente asistido por Elon Musk) en Estados Unidos, ha surgido una nueva cohorte de líderes que, “motosierra en mano”, prometen desmantelar al estado desde arriba. Esta narrativa oscurece un proceso más profundo y tal vez más pernicioso: el desmantelamiento del Estado desde abajo, gracias a los efectos de dos shocks estructurales que están transformando radicalmente las condiciones en que opera la democracia contemporánea.

El primero es un shock tecnológico, inicialmente impulsado por la desindustrialización y ahora acelerado por la irrupción de la inteligencia artificial. La disrupción tecnológica ha transformado los mercados laborales, la comunicación política y las interacciones entre Estado y sociedad. Además de alterar profundamente la comunicación política, el shock tecnológico ha contribuido a universalizar patrones de aspiración al consumo a nivel global. A su vez, este shock también ha reducido la capacidad regulatoria y la legitimidad del Estado. Los Estados se quedan cada vez más cortos para regular a las grandes tecnológicas. Por ejemplo, el intento de la Unión Europea de imponer un marco estricto para la regulación de la IA ha tenido efectos contraproducentes, dado su impacto negativo en la productividad y la innovación en la eurozona.


“El desmantelamiento del Estado desde abajo socava los cimientos sobre los cuales descansa la gobernanza democrática y todo proyecto civilizado de vida en común”.


El segundo shock es la expansión de mercados ilegales e informales. Estos mercados ofrecen oportunidades de incorporación social a poblaciones desplazadas de las economías formales en un contexto de creciente desigualdad y dualización social. Bajo control criminal, estos mercados no solo desafían la autoridad estatal, sino que también ofrecen formas alternativas de gobernanza y legitimidad.

Cabe señalar que la expansión de los mercados ilegales no se limita a las sociedades en desarrollo. También es evidente en el núcleo de países desarrollados previamente considerados modelos de la socialdemocracia. En Bélgica, por ejemplo, los jueces acaban de alertar sobre el riesgo de que el país se convierta en un “narcoestado”; también en estos años, el gobierno sueco ha solicitado la asistencia militar para enfrentar la violencia de las pandillas.

En conjunto, estos shocks amenazan la soberanía y la capacidad de los Estados nación que han constituido históricamente el locus en el que se empotraron las instituciones liberal-democráticas. La erosión de la capacidad y la legitimidad estatal —lo que podríamos denominar el “desmantelamiento del Estado desde abajo”— socava los cimientos sobre los cuales descansa la gobernanza democrática y todo proyecto civilizado de vida en común.

Estos dos shocks operan, a su vez, en un contexto de malestar profundo con las promesas incumplidas por el Estado y el liderazgo democrático. Los estados latinoamericanos históricamente poco eficientes, desparejos en su llegada territorial, patrimonialistas y clientelares en su lógica de gestión, hoy se han vuelto también crecientemente incapaces de competir con las alternativas no estatales que tienen en frente.

Más allá de la importancia que aquí le he atribuido, no todo es consumo aspiracional. Como describe Georgina Orellano, Secretaria General de AMAR, sindicato de trabajadoras sexuales de Argentina, también hay desesperación y desamparo, en un contexto en que la política no hace sentido: en su relato, los políticos (que además son todos “chetos”), están en un cumpleaños al que la gente como ella no está invitada. En las periferias pauperizadas de Argentina, los jóvenes se pagan el gimnasio o ahorran para comprar una bicicleta mejor, para así poder hacer más kilómetros repartiendo comida y lograr cubrir sus necesidades. Las chicas, mientras tanto, corren riesgos enormes al pasar de la pose en OnlyFans al sexo con clientes para solventar la compra de alimentos o sus adicciones. Todo el mundo vive al día. No hay futuro, solo presente.

También, en ese contexto, el consumo problemático desborda las posibilidades de las organizaciones sociales que intentan mitigar sus efectos. El brazo estatal, cuando aparece en escena, lo hace sin eficacia ni sentido de realidad, maniatado por trabas burocráticas tan absurdas como insalvables. A distinta escala (producto de un todavía menor deterioro económico), uno escucha discursos y vivencias similares en las periferias urbanas de Chile y Uruguay.


“Los estados latinoamericanos históricamente poco eficientes, disparejos en su llegada territorial, patrimonialistas y clientelares en su lógica de gestión, se han vuelto también crecientemente incapaces de competir con las alternativas no estatales que hoy tienen en frente”


En los tres países del Cono Sur también comienza a ser evidente que en la sociología y economía política emergentes, el Estado y sus representantes tradicionales se han ido quedando sin repertorio ni presencia significativa. Mientras políticos y arzobispos pontifican en la TV o desde sus cuentas de X, en la realidad de esos barrios, el “narco” y los evangélicos estructuran más sueños de futuro y mueven “más la aguja” que el Estado, el Mercado o las escuelas.

Nuevas derechas, izquierdas avejentadas y el futuro

En este contexto, en el que también han cundido la violencia y la nostalgia por el sueño perdido del desarrollo, las derechas de raigambre autoritaria nos prometen la utopía de retornar a un pasado que desde los rigores del presente se percibe como ordenado y próspero. Se trata simplemente de desalojar del palacio a los culpables de haberlo arruinado todo. De paso, con eslóganes de kermesse, también nos prometen desalojar a los migrantes y llenar las cárceles de delincuentes. No obstante, más allá de lo que rinda esa estrategia electoral a corto plazo, no tienen cómo reconstituir el “orden” (al menos, no podrán hacerlo sin antes terminar de matar la democracia).

Ante esta irrupción por derecha, las izquierdas no tienen proyecto ni alternativa que ofrecer. Ni el desarrollismo “setentero” ni la deriva identitaria hacen sentido a la sociedad actual. La socialdemocracia (o el Socialismo Democrático) se ha quedado también sin referentes ni palancas de transformación social. Sin Estado y mercado formal, no hay socialdemocracia que aguante. El desconcierto es tal que algunos se ilusionan con la multiplicación espaciotemporal de Zohran Mamdani (quienes busquen pistas sobre el problema al que deben intentar responder pueden encontrar varias ideas más útiles que en Nueva York, escuchando con atención el relato de Georgina Orellano en esta entrevista). Los más cínicos, mientras tanto, seguramente se contenten con esperar. Cuando toque, el péndulo electoral les permitirá nuevamente administrar el poder, ojalá con algo menos de narcisismo y liviandad.

¿Y dónde está el futuro? Si quienes representan al futuro son los jóvenes, ese futuro hoy está en quien representa el sueño de una sociedad postestatal, fuertemente individualista, de derechos sin obligaciones, en la que el choro y el vivo son el nuevo mainstream. Son también quienes representan mejor el sentimiento antiélite, apalancado en décadas de “desigualdad de trato” acumulada.[2] Esa desigualdad de trato pena especialmente al “nuevo rico”, al emprendedor (“self-made”, a contrapelo del Estado y Mercado). Son el vehículo electoral de los “alienígenas”, de quienes hace tiempo se hastiaron ya de izquierdas y derechas, así como de las promesas incumplidas por su estado y su mercado. Muchos votaron por primera vez, no suelen responder encuestas, pero ya amenazan con ser mayoría.


NOTAS Y REFERENCIAS

[1] Según el reporte del Banco Central de Uruguay, de los 2,9 millones de individuos con posibilidad de optar a un crédito, 1,4 millones no pueden acceder a créditos formales por tener una mala categorización en el sistema. Mientras tanto, en Uruguay hay 220.000 empresas registradas, de las que aproximadamente un 90% son PYMES y MYPYMES. De ese 90% de pequeñas empresas, solo un 10% declara que utiliza el sistema de crédito bancario (según datos provenientes de la última encuesta a personas jurídicas de la Agencia Nacional de Desarrollo).

[2] La decomodificación supone la provisión de protección social básica a los individuos, más allá de su suerte en el mercado en que son compensados en función del valor de su trabajo.

[3]Desiguales (2017) PNUD-Chile.ch

 

Extractado de: https://terceradosis.cl/2025/11/23/un-futuro-tuneado/

 

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