La pereza intelectual
La pereza intelectual
Han pasado muchos siglos y muchos avatares durante la historia pero muchos de los pensadores que aprendimos en la escuela y en la universidad continúan aportando sus orientaciones para interpretar nuestra realidad para dar cabida al pensamiento que pueda atravesar las dudas cotidianas y hallar respuestas en cada decisión a tomar ya sea del amor, del trabajo o de las relaciones políticas y sociales.
Sócrates, Platón Aristóteles, Descartes, Nietzsche, Simone de Beauvoir o Hannah Arendt supieron decir no a la pereza intelectual. Hoy la comodidad de dejarse llevar por la opinión ajena está a la orden del día. La capacidad crítica se ha encerrado en un cajón bien cerrado; las autoridades de opinión radican en los titulares de los periódicos y en la caja tonta de la televisión. No invitan a pensar, solamente a interpretar la realidad bajo ojos ajenos. Ponemos el piloto automático y defendemos como verdad la verdad de otros.
La invitación a pensar por cuenta propia es “rara avis” en el panorama actual. La filosofía no son figuras remotas de un tiempo pasado. Son mujeres y hombres que se atrevieron a pensar cuestionando su época, sus propias creencias y, a veces, incluso a sí mismos.
Hoy, más que nunca, la filosofía nos llama para darle vida, hacerla accesible y atractiva, especialmente a los jóvenes. La pregunta es cómo hacerlo. Pues utilizando la historia, las emociones y las imágenes para abrir puertas a la reflexión individual y colectiva. Lejos de una historia fija de la ideas, la filosofía es una aventura humana, una forma libre de buscar la verdad. Puede que resulte extraño a algunos, pero la filosofía puede ayudarnos a entender mejor la vida de hoy y a darnos las pautas para construir un espíritu crítico y llegar a tener una vida más consciente. La filosofía reduce la velocidad de la vida de hoy y nos ayuda a ir más despacio, a analizar lo que hacemos, lo que creemos y lo que debemos creer y a preguntarnos ¿por qué? de todo ello. Distinguir “lo que pienso” de lo que “me han enseñado”.
A algunos nos recriminan “estar siempre a la contra”. No se trata de eso sino de cuestionar. Damos por hecho algo que no deberíamos. Reconocemos que muchas de nuestras decisiones no salen de nuestra voluntad sino de una costumbre heredada. El cuestionamiento no es una negación sistemática sino una vigilancia interior. Nos enseña el discernimiento que proviene de nosotros y de los demás. Vivir con lucidez, no por costumbre ni por miedo. “Filosofar es aprender a ser una poco más libres”.
Y debe ser en la escuela donde debe iniciarse este proceso. Los niños tienen una capacidad natural para hacer preguntas profundas. Mi hijo con tres años nos preguntó: ¿Dónde vamos cuando nos morimos? La muerte, la amistad, la libertad, el mal y el bien son cuestiones que ellos se preguntan y nos piden que les respondamos y debemos responder a sus preguntas cuestionándoles. A la pregunta no debe haber solamente una respuesta. La pregunta, la duda, el argumento, el autoexamen nos anima a dar un paso adelante, a no dejarnos llevar por la avalancha de ideas prefabricadas o emociones empaquetadas con celofán.
Debemos enseñar a nombrar lo que sentimos, a distinguir entre razones y prejuicios. Porque hemos convertido las escuelas en adoctrinamiento de un pensamiento absoluto, no una sabiduría personal. Vivimos según un cúmulo de verdades adquiridas y no de acuerdo con lo que verdaderamente pensamos. Muchas veces actuamos como los demás esperan de nosotros.
Una de las cosas que señala la filosofía es aprender a decir que no: ”Significa poner un límite, rechazar la injusticia, la manipulación, la salida fácil y también la propia pasividad”. Implica pensar por uno mismo, desobedecer lo que parece obvio. Si Sócrates dijo no a la opinión dominante de su tiempo, nuestros jóvenes también pueden decirlo. Hannah Arendt dijo no a la banalidad del mal. No es oponerse por oponerse, sino reservar un espacio de libertad interior. Y eso puede aprenderse.
Platón nos invito a mirar más allá de la superficie en el “Mito de la Caverna”. Cuando te quedas solo con la foto de Instagram, debes preguntarte qué hay detrás de esa “vida perfecta” y así buscas la verdad tras las apariencias. Aristóteles afirmó que a virtud se enseña. Hallar el equilibrio entre trabajo, ocio, amigos y familia y no dejarse arrastrar por el todo o nada, es pura ética aristotélica.
Descartes propone dudar para pensar por ti mismo. Antes de creer el último titular viral, hacer una pausa y comprobar la fuente es cartesianismo en estado puro.
Nietzsche nos anima a crear nuestros propios valores. Elegir una carrera o una forma de vida que no encaja en el molde familiar o social es su famosa afirmación de “haz de tu vida una obra de arte”.
Pensar aún es hoy un acto de rebeldía. Cuestionar, elegir, dudar es todo lo contrario al like rápido. Reservar un espacio para la pausa, para preguntarse si lo que haces es realmente lo que tú deseas o solo es costumbre.
La filosofía no es acumular frases y citas célebres, sino de practicar cada día, ese pequeño pero subversivo acto de pensar por ti mismo.
Un amigo, profesor de filosofía retirado, propone cada mes una reflexión sobre libros y obras de filósofos. Ha titulado sus encuentros en la biblioteca pública :”Atrévete a pensar”, la famosa frase de E.Kant. Es toda una invitación a ser personas mucho mejor que cualquier libro de autoayuda.
Extractado de: https://kaosenlared.net/la-pereza-intelectual/

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