MORIR EN OCTUBRE

MORIR EN OCTUBRE

 

“En Miguel Enríquez despuntaba un jefe de la revolución”, Armando Hart a nombre del Partido Comunista de Cuba.
 
Asesinar a Miguel no fue fácil para la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA). Los sicarios de la dictadura tuvieron que extremar sus torturas con los detenidos que habían contactado a Miguel Enríquez o a sus enlaces desde que el líder del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) pasó a la clandestinidad. La crueldad del capitán Krassnoff Marchenko, jefe de la Agrupación Caupolicán de la Brigada de Inteligencia Metropolitana de la DINA, y de su principal verdugo, Osvaldo Romo, no tenía límites. 
 
“La primera prioridad de la acción represiva de la DINA durante 1974 fue la desarticulación del MIR. Eso continuó siendo prioridad durante 1975. Durante estos dos años se produce el mayor número de víctimas fatales atribuibles al organismo”, según consta en el informe de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, creado durante el gobierno de Aylwin en 1990. Matar al secretario general del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, un médico de 30 años que había burlado numerosas trampas y emboscadas, se convirtió en una obsesión para esta organización secreta de quinientos oficiales de las Fuerzas Armadas y Carabineros en su origen. Que se transformaría, a poco de andar, en una estructura de miles de funcionarios, asesores, informantes y todo tipo de lúmpenes a sueldo; siempre a órdenes directas de Pinochet. 
 
La precaria clandestinidad de Miguel, soportó poco más de un año. Había lanzado la desafiante consigna “el MIR no se asila”, y dio el ejemplo permaneciendo en Chile para organizar el movimiento de resistencia que concebía amplio y unitario. Explicó: “Nos quedamos en Chile para reorganizar el movimiento de masas, buscando la unidad de toda la izquierda y de todos los sectores dispuestos a combatir la dictadura, preparando una larga guerra revolucionaria a través de la cual la dictadura será derribada, para luego conquistar el poder para los trabajadores e instaurar un gobierno de obreros y campesinos”. 
 
Amanece el 5 de octubre de 1974. La DINA está sobre su pista. Los esbirros de Krasnoff, capitaneados por Romo que olisquea sangre, “peinan” la zona sur de Santiago. Santa Rosa, Gran Avenida, Callejón Lo Ovalle. Llevan algunos de los presos torturados para que reconozcan calles, ruidos, olores. Buscan una renoleta roja y una joven embarazada. Van en tres vehículos y llevan armas largas por si acaso. Se detienen a preguntar en almacenes y talleres, interrogan a niños y mujeres, carteros, revisores de medidores de luz y agua, recolectores de basura…
 
Está clareando y en la casa de Santa Fe 725, todos duermen: Miguel y Carmen, Humberto Sotomayor y José Bordas Paz. Debatieron hasta tarde. Al día siguiente Carmen buscará una casa de emergencia. El instinto les decía que la seguridad de la vivienda se había resquebrajado. 
 
Cuando Carmen regresa de su tarea, son cerca de la una. Encuentra a Miguel y a los otros compañeros quemando papeles, con las armas en la mano y en estado de enorme tensión. Habían detectado tres autos sospechosos que rondaban el barrio y que habían pasado ya dos veces, lentamente, observando la casa. Están seguros que es la DINA y que deben estar tendiendo el cerco. Rápidamente terminaron de recoger en dos bolsos lo más importante. Cuando Miguel y Carmen salían al patio donde estaba la renoleta roja, se produjo el primer ataque de los chacales. Ellos se replegaron al interior de la casa y comenzaron a responder el fuego junto a Sotomayor y Bordas.
 
El primer cerco no fue muy efectivo. No habían llegado aún suficientes refuerzos. En los primeros momentos Humberto Sotomayor y José Bordas lograron escapar. A uno lo vio Rolando, el joven vecino, saltar al patio de su casa y de ahí a la calle San Francisco. El otro huyó en dirección a Varas Mena. Carmen Castillo fue herida en el interior de la vivienda. A ratos perdía la conciencia, Miguel trataba de reconfortarla, mientras continuaba sin pausa el tiroteo. Recuerda haberlo oído gritar: “Cabrones, hay una mujer embarazada, respeten su vida”. El fuego arreciaba. Los esbirros de la DINA recibían continuos refuerzos. Una tanqueta, un helicóptero artillado. 
 
Miguel Enríquez no se rindió. Encontraron su cuerpo acribillado en el patio interior donde se había parapetado para disparar. Las vecinas, Anita y su hija Valentina, permanecieron tiradas en el piso de su casa. Recuerdan el ruido ensordecedor de los disparos, el helicóptero sobrevolando, los altavoces de los Carabineros ordenando al vecindario permanecer en sus casas. Cuando cesaron los tiros vieron en la calle Santa Fe a muchos civiles armados, carabineros, militares, la tanqueta y muchos vehículos. Más tarde sacaron a Carmen herida y luego el cadáver de Miguel con diez impactos de bala. La noticia de su muerte, que se divulgó esa noche, causó un impacto doloroso en el pueblo chileno. Saber que Miguel estaba en la clandestinidad, intentando reorganizar las fuerzas, fortalecía muchas esperanzas. 
 
La DINA lo celebró mofándose de los presos en el recinto de José Domingo Cañas, donde había trasladado su infierno de torturas. La casa de la calle Santa Fe 725 fue pasando de mano en mano. Cada 5 de octubre, desde 1990, sus moradores se refugian en el interior de la vivienda cuando un grupo de familiares y ex miristas realizan en la calle un acto recordatorio, encienden velas, se acercan a mirar el patio interior y tocan con emocionada reverencia las perforaciones de balas en los portones de la casa -hoy Sitio de Memoria y Resistencia Miguel Enríquez- donde el joven revolucionario vivió su último día.
 
Recopilado de internet el 6.10.25,  una publicación de: 

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