SOLEDAD Y LOS ESPEJOS ROTOS por Gregorio Mondaca Crestto

SOLEDAD Y LOS ESPEJOS ROTOS por Gregorio Mondaca Crestto

Puente Alto, Septiembre de 2025
 
El sudor
 
El primer aviso siempre es corporal: esa gota que resbala por la nuca como caracol en cámara lenta, pegajosa, tibia, anunciando que algo se rompe por dentro. Soledad Ossa... —apellido del fugaz pololo de ojos claros de su mama— apretaba los dientes frente a la videollamada mientras su jefe pontificaba sobre "crecimiento profesional" desde una oficina panorámica en Las Condes.
 
Ella respiraba aire reciclado en un cubículo sin ventanas, con olor a café recalentado y ansiedad colectiva.
Inhalar. Retener. Exhalar.
 
Las técnicas de YouTube no funcionaban cuando el cuerpo decidía rendirse en horario laboral. Su pecho se cerraba como puerta de vagón del metro atochado. Las manos, frías como baranda metálica de madrugada. Sus compañeras seguían tecleando —tac-tac-tac— ajenas al pequeño naufragio que ocurría dos escritorios más allá.
 
De pronto, su cuerpo dijo basta.
 
Se orinó sentada, ahí mismo, en el cubículo de Sanhattan a las 10:35 am.
 
El CESFAM
 
Nos llevaron al box 7 del Dr. Jorge Luque Cheuque. Cuarenta y tres años de oficio, psiquiatra del sistema público, especialista en casos que nadie más quiere atender, seis horas semanales en el Consultorio San Jerónimo de Puente Alto. Sus manos olían a jabón Protex. Sus ojos habían visto suficiente miseria como para desarrollar esa mirada particular: sin ilusiones y tierna sin ingenuidad.
 
El CESFAM hervía en el calor post-dieciochero de septiembre 2025. Afuera, una señora vendía sopaipillas que chisporroteaban en aceite reciclado dos veces. El olor se colaba por las ventanas mal selladas, mezclándose con el cloro de la limpieza matinal y el sudor de la espera infinita.
 
—Doctor, no sé qué me pasa —Soledad arrastró la erre como cuando era chica—. Siento que todos crecieron menos yo. Mis amigas tienen departamento, auto, guaguas. Yo sigo viviendo con mi mamá y usando la misma mochila Jansport del liceo.
 
Luque Cheuque anotó en su cuaderno de espiral barato, esos que venden en la feria: Disforia temporal. Ansiedad por asincronía biográfica. Posible resistencia adaptativa.
 
En el pasillo esperaba Kevin —veintidós años, síndrome de Down, sonrisa perpetua— jugando con una tapa de Coca-Cola que caía al suelo con ese sonido metálico particular. Lo habían traído sus hermanos porque su madre estaba en turno de noche limpiando las torres de Titanium en Vitacura, esas mismas que regenta el jefe de Soledad.
 
Luque Cheuque pensó que ese cuadro también era Chile: vidas que nunca entran en estadísticas, solo en listas de espera que se extienden como la cordillera.
 
Historia clínica de una generación
 
Soledad había nacido de siete meses, como edificio entregado sin terminar. Rosa María, su madre, trabajaba desde los catorce: primero en casa de familia en Vitacura —ahí conoció fugazmente a un tal Ossa... que la embarazó una noche de carrete, sin culpas y con ganas; al día siguiente practicó el arte del escape romántico y se esfumó como diputado en campaña—, después limpiando oficinas en el centro. Cuatro horas diarias de micro y Metro, cargando no solo bolsas sino también esa fatiga que se hereda como deuda hipotecaria de la vivienda social.
 
—En la oficina siento que estoy actuando una teleserie —explicó Soledad, encogiendo las piernas sobre la silla plástica—. Como que todos saben un libreto que a mí nunca me dieron. Mis compañeras de trabajo se estresan y yo las miro como se ahogan en metas, yo las veo como telenovela turca nocturna: dramatón, zooms hasta la paranoia y un doblaje mal sincronizado que convierte su pánico en culebrón.
 
Era ansiedad flotante, reconoció Luque Cheuque para sí mismo. Como smog emocional sobre la ciudad. Los números que llegaban regularmente al consultorio mostraban tendencias preocupantes: según estudios recientes como el Termómetro de Salud Mental ACHS-UC¹, las mujeres presentan mayores índices de problemas de salud mental en comparación con los hombres, aunque las cifras habían mostrado cierta mejoría en los últimos años. Sin embargo, en sectores populares urbanos la sensación de malestar psíquico persistía como constante.
 
Los porcentajes, sin embargo, no explicaban el peso específico del miedo cuando se vuelve cotidiano. No describían esa sensación de pecho apretado al despertar, esas ganas de orinar cuando el jefe llamaba, esa risa nerviosa ante preguntas sobre "proyección a cinco años".
 
—¿Y sus amigas?
—Se fueron distanciando. Dicen que soy muy intensa. Que hablo mucho de cosas fomes.
—¿Qué cosas?
 
—No sé... por qué en el Metro no hay baños. Por qué trabajamos tanto para vivir tan poco. Por qué Kevin no puede conseguir pega aunque sepa más de matemáticas que mi jefe. Cosas así.
 
Luque Cheuque levantó la vista del cuaderno.
 
Esa muchacha no estaba enferma. Estaba lúcida en un mundo que premiaba la inconsciencia.
 
El espejo que no miente
 
—¿Qué ve cuando se mira al espejo, Soledad?
 
Silencio largo. Afuera se oía el rebote de una pelota contra el muro descascarado del consultorio. Niños jugando fútbolito en horario escolar —la deserción escolar en enseñanza media seguía siendo un problema significativo en comunas populares, según los informes que llegaban regularmente al consultorio².
 
—A veces veo una cabra chica disfrazada de ejecutiva. Otras veces una vieja que saltó de los doce a los cuarenta sin avisar. Como esos documentales de la tele donde muestran el crecimiento de una planta en cinco segundos, pero con menos presupuesto y más depresión.
 
Se encogió más, rodillas contra el pecho. Su cuerpo hablaba un idioma que Luque Cheuque conocía bien: regresión defensiva. El mundo adulto se percibía como hostil, y la respuesta inconsciente era refugiarse en etapas anteriores donde existía algún tipo de protección, real o imaginaria.
 
—¿Y qué siente cuando está así, encogida?
 
—Menos vulnerable. Como si pudiera desaparecer si me hago chiquitita. Como volver a cuando mi mamá me hacía sopaipillas y yo creía que los adultos sabían qué estaban haciendo.
 
Un carabinero en moto pasó gritando a los cabros que jugaban en la calle: "¡Ya, pájaros, salgan de ahí!" Su voz rebotó contra las paredes de block del consultorio como otra bala perdida.
 
La intervención de la décima sesión
 
Habían pasado dos meses y medio. Luque Cheuque había desarrollado un aprecio genuino por esa muchacha que llegaba siempre diez minutos antes de su hora, con un cuaderno donde anotaba sus "descubrimientos emocionales" junto a dibujos de ojos llorando y corazones partidos.
 
Ese martes de la última semana de noviembre, ella entró diferente. Menos encogida. Los hombros un poco más atrás.
 
—Doctor, anoche estuve pensando. ¿Y si no soy yo la que está mal?
 
—En serio... ¿Cómo así?
 
—¿Y si el problema es que en este país "crecer" significa quemarse en el trabajo, endeudarse por treinta años para tener un departamento del tamaño de esta multisala, y fingir que todo está bien mientras uno se toma clonazepam para dormir?
 
Luque Cheuque sintió algo parecido a un pequeño terremoto. Después de treinta años atendiendo en el sistema público en Chile, pocas veces había escuchado un despertar tan nítido, tan físico.
—Siga.
—Es que... todos mis conocidos que "maduraron" están medicados. Para dormir, para no deprimirse, para aguantar la pega, para no explotar con los cabros chicos. ¿Esa es la adultez que debo aspirar? 6 alprazolam diarios..
 
Soledad se rió, pero no era risa alegre. Era esa risa nerviosa que aparece cuando uno descubre algo incómodo sobre el funcionamiento del mundo.
 
De golpe, algo explotó en su cuerpo.
 
Como ampolleta que se funde. Como globo de agua reventándose en el pecho.
 
Un hormigueo eléctrico le corrió desde los dedos de los pies hasta la coronilla. El aire entró distinto a sus pulmones. Su espalda se enderezó sola, sin pedirle permiso. Por primera vez en meses, sintió su propio peso real en la silla.
 
—¡Chucha! —se tapó la boca, sorprendida de su propio volumen—. O sea que soy como... ¿un fallo del sistema? ¿Una falla en la matriz de adultos productivos?
 
—Exacto. Y las fallas a veces muestran dónde el programa está mal diseñado. Como cuando el computador del consultorio se cuelga justo cuando necesito imprimir una receta. El problema no es el computador, es que compraron el más barato en una licitación amañada por codicia.
 
Soledad se tocó el pecho, asombrada de sentir su propio corazón latiendo fuerte, presente, vivo, rebelde.
El Metro y la vejiga
 
Fue el martes 14 de diciembre 2025. Soledad salió de la oficina con el cuerpo todavía vibrando. Bajó al Metro Tobalaba rumbo a Plaza Puente Alto —que debería llamarse Metro Plaza Manuel Rodríguez si tuviéramos memoria histórica, pensó.
 
Hora peak: humanos empaquetados como mercancía de exportación, respirando el mismo aire reciclado, tolerando la proximidad obligatoria de cuerpos desconocidos que huelen a cansancio, ansiedad y desodorante que no alcanza para ocultar el miedo colectivo.
 
De pronto, la urgencia: ganas de orinar que crecían como marea roja.
 
Buscó un baño. No había.
 
En 136 estaciones del Metro de Santiago, cero baños públicos operativos. Dato que conocía de memoria porque había hecho una investigación personal después de varios episodios similares. La empresa había justificado históricamente esta situación argumentando que el Metro "es un lugar de paso", pero reportajes como el de Publimetro (2018) habían documentado cómo esta política afectaba especialmente a mujeres, personas mayores y enfermos crónicos³.
 
Apretó las piernas, abrazó su cartera contra el vientre. El dolor físico se transformó en algo más complejo: rabia cristalina, impotencia que se volvía claridad terrible sobre lo que significaba ser mujer en un espacio diseñado por hombres pudientes del siglo XIX para otros hombres pudientes.
 
Su vejiga se volvió metáfora involuntaria: todo contenido, todo reprimido, todo al borde del estallido.
Otra vez. Como en octubre del 2019.
 
Esta vez no se asustó: una "Ejecutiva del Metro" daba un despacho a TVN sobre los retrasos en hora punta, aprovecho el momento organizó una protesta espontánea desde el andén sube a punto de prensa, mirándole a la cara a la ejecutiva le gritó en cámara y con toda su voz: «¡Queremos baños, conchetumadre!». En minutos la marea creció: no era una sola persona, sino cientos bajo las cámaras y con los ojos fijos en la señorita Camila Pellejos la "Ejecutiva del Metro"; ese día habilitaron "excepcionalmente" un baño para mujeres. Ella fue la primera y al salir la fila llegaba hasta el andén, más de cien mujeres con las piernas cruzadas, los ojos brillando entre rabia y alivio, y la cola no paraba de crecer.
 
Al día siguiente le ardía al orinar. "Cistitis", diagnosticó Rosa María con la sabiduría práctica de quien ha aguantado colas, micros y turnos sin baños durante treinta años.
 
—Es por aguantarse tanto —explicó mientras preparaba agua de perejil—. El cuerpo no está hecho para eso, mijita. Pero nos obligan igual.
 
En la siguiente sesión, Luque Cheuque anotó: El cuerpo como territorio político. Síntomas físicos como expresión de violencias estructurales. La vejiga proletaria como zona de resistencia.
 
—Doctor, parece que mi vejiga está en huelga permanente. Ya no aguanta tanta meta trimestral ni tanto discurso de recursos humanos sobre "la familia empresarial". Mi vejiga es más honesta que mi jefe: cuando está llena, avisa. Cuando mi jefe está lleno de mierda, habla de crecimiento profesional.
 
Era humor negro, pero también resistencia. La capacidad de encontrar ironía en el absurdo cotidiano sin perder la dignidad.
 
La once que sana
 
Rosa María le sirvió marraqueta con palta y sopaipillas sureñas humeantes en la mesa ancestral. Era sábado por la mañana, uno de esos momentos en que el tiempo se ralentiza sin pedir permiso y el mundo parece menos hostil.
 
—Ma, creo que ser "raras" con la edad es nuestro superpoder.
—¿Cómo así, mi amor?
—Que no encajemos en lo que supuestamente deberíamos ser a nuestra edad. Tú tienes cincuenta y dos y todavía te ríes como cabra chica cuando ves programas chistosos. Yo tengo veintiocho y me sigo emocionando cuando veo mariposas o cuando Kevin me explica por qué le gustan tanto los números pares.
 
Rosa María sonrió de esa manera particular que reservaba para los momentos de comprensión mutua, esos instantes raros en que madre e hija se reconocían como conspiradorias del mismo bando.
—¿Y eso está mal?
—No sé. Pero tal vez es lo único que nos queda de humano en este país de autómatas productivos que celebran el viernes porque pueden colapsar en paz durante el fin de semana.
 
Por la ventana del departamento en Villa Nocedal se veían las casas en “los condominios sociales” que prometían "nueva vida" con crédito hipotecario a treinta años para quienes pudieran endeudarse en la banca con altos fines de lucro. Todas esas familias actuando que tenían el manual de la adultez exitosa.
Nadie lo tenía.
 
Los espejos rotos reflejan mejor
 
Tres meses después —marzo 2026— Soledad seguía en la misma oficina. Mismo sueldo líquido (870 mil pesos + bonos por meta), mismo computador lento, mismo jefe hablando de crecimiento desde Las Condes.
 
Sin embargo, algo había cambiado en su manera de habitar ese espacio.
 
Se había vuelto la persona a quien acudían cuando alguien colapsaba.
 
La que escuchaba cuando Melissa, de contabilidad, lloraba en el baño por sobrecarga laboral.
 
La que sugería respiraciones pausadas cuando Francisco, del área comercial, tenía ataques de pánico por las metas imposibles.
 
La que acompañaba en silencio a la Jéssica del aseo cuando le contaba que su hijo menor tenía problemas de aprendizaje y la Escuela lo estaba expulsando sin explicaciones.
 
Su "inmadurez" se había transformado en disponibilidad afectiva. Su capacidad de no acostumbrarse al absurdo laboral la convertía en una especie de traductora entre el mundo humano de lo real y la maquinaria productiva de la fantasía que nos seduce en el Mundo Feliz del patrón de acumulación financiero y el narcisismo del pequeño empresario del Titanium que nos pinta la cara con caca.
 
Marea de malestares con sello oficial.
 
Respiramos la misma enfermedad social, hermanas y hermanos:
Desesperanza aprendida: La creencia de que nada fundamental puede cambiar, que la protesta no sirve, que "así es la vida". Síntoma observable en sectores populares urbanos⁴.
 
Ansiedad generalizada: Vivir con el pecho apretado como estado normal. Despertarse ya cansado. Sentir que el tiempo se agota antes de empezar el día.
 
Burnout encubierto: Cansancio que se hereda como patrimonio familiar. Fatiga crónica normalizada que no aparece en ninguna licencia médica.
 
Exclusión neurodiversa: Vidas como la de Kevin, marginadas incluso en la atención básica de salud mental⁵.
 
Soledad era síntoma, y también anticuerpo. Su "desajuste" mostraba las grietas del régimen neoliberal chileno.
 
Ruptura y Cambio
 
El despertar definitivo llegó una tarde de abril de 2026, mientras esperaba la micro F99 en Plaza Puente Alto tras salir del trabajo en Sanhattan, rumbo a su casa en la Villa Nocedal.
 
Soledad vio a una niña de unos ocho años jugando con una muñeca en la parada, totalmente ajena a los adultos agotados que esperaban el transporte. La cabra chica hacía que la muñeca volara por el aire, imitando el sonido de un helicóptero. "Tatatatatá", decía, concentradísima en su juego, inmune a las miradas de desaprobación de algunos adultos.
 
De pronto, algo se quebró definitivamente en el pecho de Soledad.
 
Como cáscara de huevo rompiéndose desde adentro. Como muro que se desploma para dejar pasar la luz.
Un calor le subió desde el vientre hasta la garganta. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no de tristeza sino de algo parecido al alivio, al reconocimiento, a la llegada a casa después de un viaje muy largo.
No era ella quien estaba fuera de tiempo.
 
Era Chile el que había creado un reloj neoliberal que solo medía productividad, eficiencia, acumulación, dejando fuera todo lo que hace la vida digna de ser vivida: el juego, la risa sin motivo, la contemplación, la solidaridad espontánea, el tiempo para procesar las emociones.
 
Su temporalidad distinta no era patología. Era crítica viva, resistencia inconsciente al mandato de convertirse en una máquina productiva con piel humana: vive para trabajar y se desgasta en el intento, agotándose en la única tarea que la mantiene viva.
 
Respiró hondo. El aire olía a smog y sopaipillas, a sudor de micro y perfume barato, a ese mestizaje de olores que es Puente Alto en otoño. Y por primera vez en años, ese olor le pareció hermoso.
La niña siguió haciendo volar su muñeca, inmune a todo lo que no fuera su propio asombro.
Y entonces Soledad lo supo en el cuerpo: su rareza era esperanza encarnada.
 
Apuntes para una tesis nunca terminada
 
Extracto de las notas del Dr. Jorge Luque Cheuque para su tesis doctoral (proyecto abandonado en 2026):
"La fetalización no es únicamente una desventaja adaptativa. En contextos de hipermodernidad destructiva, puede funcionar como resistencia inconsciente al mandato de eficiencia total. Ciertos pacientes que consultan por 'inmadurez emocional' están, en realidad, preservando núcleos de humanidad que el sistema requiere eliminar para su funcionamiento óptimo.
 
El caso de Soledad Ossa... sugiere que algunas formas de 'desajuste temporal' constituyen, paradójicamente, formas más saludables de habitar la contemporaneidad que la adaptación completa a sus demandas patológicas.
 
La pregunta no es cómo hacer que estos sujetos se 'adapten', sino cómo proteger y cultivar su capacidad de resistencia afectiva en un contexto que sistemáticamente destruye las condiciones para el desarrollo humano."
 
ÚLTIMO LLAMADO ANTES DEL FIN DE LA FUNCIÓN
 
Nos levantamos de nuestras sillas plásticas, hermanas. Hermanos.
 
Nos levantamos de nuestros cubículos sin ventanas, del asiento en el metro sin baños, de nuestras consultas médicas de diez minutos donde no alcanzamos a explicar que el alma también duele.
Sentimos el peso real de nuestras mochilas Jansport, el ardor familiar de nuestras vejigas contenidas, la gota tibia de sudor que baja por la nuca cuando el jefe habla de crecimiento mientras nosotros nos achicamos.
 
Ya no fingimos ser adultos funcionales en un sistema enfermo en un régimen democrático de mentira, impunidad, abuso, lucro y traición.
 
Respiramos conscientemente. Nos tocamos el pecho. Sentimos el corazón que late distinto al ritmo de las metas trimestrales, que se rebela contra la métrica de la productividad, que insiste en latir por latir, por estar vivo, por resistir.
 
Somos las fallas del sistema operativo, del régimen neoliberal. Las grietas en el software de la productividad total. Y vamos a mostrar exactamente dónde está roto este régimen de mierda.
Con cuerpo presente. Con vejiga rebelde. Con risa nerviosa que se convierte en carcajada liberadora.
Con la temporalidad de la niña que hace volar muñecas en la parada de micro mientras los adultos calculan cuánto les falta para jubilar sin haber vivido jamás.
 
Que comience la reparación colectiva... Que el miedo cambie de lado.
 
Que el narcisista se coma su mierda frente a todas en el trabajo.
 
Que empiece la película en cámara lenta hacia la sonriza y la ternura...
 
Nuestro Día Llegará... Besos, Abrazos :Venceremos
 
Puente Alto, Abril 2026.
 
La niña sigue jugando con su muñeca.
Los adultos empiezan a recordar cómo se juega.
Kevin cuenta números pares hasta el infinito.
Rosa María hace sopaipillas que sanan el alma.
 
Y Soledad respira hondo, con la vejiga vacía, el corazón lleno y la certeza de que el mundo está loco, no ella... Autor Gregorio Mondaca Crestto
 
Referencias
¹ Termómetro de Salud Mental ACHS-UC. Pontificia Universidad Católica de Chile. "Termómetro de salud mental: uno de cada cuatro chilenos presenta síntomas de ansiedad". 2024.
² Observación clínica basada en informes del Ministerio de Educación que llegan regularmente a consultorios de atención primaria sobre deserción escolar en comunas populares. 
³ Publimetro Chile. "Dónde están, cuanto cuestan y todo lo que debes saber sobre los baños públicos en Santiago". Agosto 2018.
⁴ Observación clínica sobre patrones de desesperanza en sectores populares urbanos, basada en experiencia directa en sistema público de salud.
⁵ Observación clínica sobre exclusión de personas neurodiversas en el acceso a salud mental especializada, basada en experiencia directa en sistema público de salud.  
 
 
Publicado en facebook el 25.9.25 por su autor: Gregorio Mondaca Crestto
 
 

Sobre el autor  del texto: Gregorio Mondaca Cresto, Puente Altino, Educador Popular, Cristiano, Allendista Soberanista, vendedor  ambulante, represaliado por el Régimen Neoliberal.

Página en facebook: https://www.facebook.com/puentealto.futuro 

Comentarios

  1. maravilloso texto, muy bien escrito, bella pluma, como un cuento de una realidad lacerante, a la vez tratado psicológico, sociológico, social, político, profundo

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  2. maravilloso texto, muy bien escrito, bella pluma, como un cuento de una realidad lacerante, a la vez tratado psicológico, sociológico, social, político, profundo,

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  3. Eve Ortega
    Que gran y profunda reflexión, tal cual mirarse diariamente al espejo y no lograr verte... por cansansancio ,estrés infinito y esa historia de salud mental, que ignoranteme por no tener educación, nos llaman locos, feos e inadaptados. La salud mental es una gran carencia clínica , abandonada, sin derecho. Pero estamos vivos y merecemos legalización, respeto y prioridad.
    Cada vez que te sientas cansado (a)... no logras verte, te cuesta respirar, te sientes abandonado y triste. Por más esfuerzos por conocer la tranquilidad, te perturba la quincena y el fin de mes...
    Ufff.... falta esa humanidad que escacea en cada uno de nosotros...

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