POR QUÉ SER SOCIALISTA Y FEMINISTA

POR QUÉ SER SOCIALISTA Y FEMINISTA

Por qué ser socialista y feminista

2a edición

Mauricio Dimeo

INTRODUCCIÓN

Este ensayo es producto de mi experiencia en el activismo socialista y feminista, no pretende decirles a feministas y socialistas lo que deben ser o hacer, sino que busca desmitificar prejuicios y clarificar algunos de los problemas a los que nos enfrentamos en la lucha cotidiana. Particularmente busca romper el mito de que feminismo y socialismo se contraponen, dado que pueden superarse e integrarse dialécticamente, para ello analizo cómo está compuesto el sistema clasista-patriarcal.

Dejando de lado los prejuicios superficiales en torno al socialismo y al feminismo, partiré de que son dos posturas con una gran capacidad explicativa de los fenómenos sociales y con un gran potencial emancipador. Me centraré en combatir la idea de que son posturas contrapuestas o incompatibles.

  1. ¿Qué fue primero, el huevo feminista o la gallina socialista?

El feminismo combate en lo fundamental la desigualdad de género y el socialismo combate en lo fundamental la desigualdad de clase. Esto puede propiciar el falso dilema de preguntar qué fue primero y la respuesta es sencilla si consideramos que la primera división de trabajo fue la división sexual.

Anuncio publicitario
Ajustes de privacidad

En el periodo del salvajismo no existía ninguna diferencia entre la situación del hombre y la mujer, así como tampoco existían clases o castas sociales. Esto no fue así porque el humano fuera bueno por naturaleza, sino porque el modo en que la gente se ganaba la vida era muy precario y no permitía ningún tipo de opresión, es decir, todos hacían de todo (cazar, recolectar, criar, huir, entre otras). Si un hombre intentaba esclavizar a otro o a una mujer, se morían de hambre mutuamente, dado que con los recursos que consiguiera una persona no alcanzaban para alimentar a dos, es decir, “quien no se subordinara a la voluntad de la colectividad perecía” (Kollontai, 1976:3). Además, esta situación duró varias decenas de miles de años, es decir, la mayor parte del tiempo que el humano ha habitado la tierra ha estado exento de desigualdad de género o de clase.

Sin embargo, esta igualdad absoluta no podía durar para siempre, dado que “Con el género homo las actividades de caza de presas medianas, además de la recolección, empiezan a cobrar mayor importancia frente a las actividades de carroñero y eventual cazador de presas menores, y con ello, quizá la primera división social del trabajo entre hombres cazadores y mujeres recolectoras (por lo menos las mujeres preñadas o en periodo de lactancia).” (García Colín, 2014). Desde ese momento los hombres se empiezan a especializar en la caza y las mujeres en la recolección, lo que propició las condiciones materiales para que la mujer fuera la primera en domesticar el fuego (Kollontai, 1976:4). Además, gracias a los largos periodos que las mujeres pasaban esperando la llegada de los cazadores para surtirse de alimentos, fue que las mujeres descubrieron la agricultura. Estos hallazgos de las mujeres propiciaron las condiciones para que el papel de la mujer en gran parte de los pueblos bárbaros fuera preponderante, lo que generó en algunos casos el surgimiento del matriarcado, es decir, como las mujeres eran las que cocinaban la carne conseguida por los hombres y al mismo tiempo suministraban alimentos vegetales por la recolección y siembra: su papel en la economía propició una gran valoración política y cultural, reflejada en muchas mitologías que instauraron como su deidad principal a una diosa (por ejemplo en Grecia la diosa Gea fue durante algún tiempo la más importante, por su vinculación con la agricultura, o la diosa Isis de Egipto). Dado que el hecho de que las mujeres cuidaran y administraran los territorios, les dio un papel preponderante en la toma de decisiones.

En consecuencia, la primera división de trabajo fue la división sexual y en su primera fase favoreció a las mujeres, ya que eran valoradas por su papel en la economía, además de su papel en la reproducción e incluso fueron las primeras médicas por su conocimiento de las plantas propiciado por la agricultura, y su primacía en la toma de decisiones, sin que esto representara opresión alguna para los hombres.

Por otro lado, cuando la caza empezó a encarecerse, los hombres se vieron obligados a conservar a algunas de las presas y se dieron cuenta que podían extraerles leche, lana y otros recursos sin necesidad de matarlas, además de que esto permitía el control natal de las crías, así fue como surgió el pastoreo. En los pueblos pastores se dieron las condiciones materiales para el surgimiento del patriarcado, dado que era económicamente más valiosa la labor de los hombres de recolectar ganado, que el de las mujeres de cuidarlo en casa, de modo que poco a poco el hombre sustituyó a la mujer políticamente hablando y la fue subordinando hasta concebirla como propiedad del hombre. Incluso porque los pueblos pastores tendían a conquistar a los pueblos agricultores, que al ser matriarcales solían ser pacíficos. En América el patriarcado tuvo otro matiz, dado que no había animales domésticos de gran tamaño, por lo que no se desarrolló la ganadería, pero los mismos pueblos agricultores empezaron a rivalizar por las tierras y los más belicosos lograron establecer cierto dominio sobre otros pueblos y sobre las mujeres, que al enfocarse en la agricultura y las labores de crianza, fueron gradualmente subordinadas.

El patriarcado surgió entonces por una razón económica y la mujer, de ser la principal productora con la invención de la agricultura pasó a ser una cuidadora de ganado y posteriormente propiedad privada del hombre, recluida al espacio doméstico. El hombre podía tener tantas mujeres como pudiera mantener, lo que se agravó con el desarrollo del sistema esclavista, donde la mujer perdió todo tipo de derechos.

En pocas palabras, la lucha de clases y la desigualdad de género son dos caras de la misma moneda: la subordinación política que ejerce quien posee el dominio económico. El surgimiento del clasismo (esclavismo, feudalismo o capitalismo, según el periodo histórico) y del patriarcado se gestaron cuando las condiciones materiales permitieron un exceso de recursos, gracias a la agricultura y luego a la ganadería, lo cual favoreció que los hombres pastores o guerreros sometieran a las mujeres y a los pueblos agricultores, desarrollando un sistema patriarcal y de castas que se consolidó en un sistema de clases esclavista basado en la propiedad privada.

  1. Contrato social, contrato sexual.

Mientras el socialismo lucha por la abolición de la propiedad privada, el feminismo lucha porque las mujeres sean dueñas de sí mismas. Podría pensarse que son dos problemas totalmente distintos, pero ambos obedecen al mismo fenómeno histórico de enajenación.

La propiedad privada no surgió porque de un momento a otro alguien dijera “esto es mío” dado que en el salvajismo nadie podía poseer más de lo que pudiera cargar sobre su espalda. Sólo con el surgimiento de la agricultura y de la ganadería se dieron las condiciones materiales para que hubiera un exceso de producción y esto propiciara que alguien se apropiara de la tierra y del ganado y esclavizara a mujeres y a otros hombres, no es casualidad que la palabra familia signifique etimológicamente servidumbre casera. Dado que el surgimiento del matrimonio como institución no se dio sino hasta que las condiciones económicas favorecieran la propiedad privada de la tierra y la esclavitud.

Mientras que en el salvajismo y en los pueblos agricultores las mujeres podían decidir con quién emparentarse, cuándo cambiar de pareja y decidir sobre sus propios cuerpos, con el surgimiento del patriarcado y de la propiedad privada, pasaron a ser propiedad del padre de familia, quien podía decidir autoritariamente sobre el cuerpo de su(s) mujer(es). Desde entonces y durante la mayor parte de la historia de la civilización, las mujeres dependen económicamente de los hombres y esto genera que los hombres sean los que decidan (a veces mediante el Estado o la iglesia) sobre el cuerpo de las mujeres. Los matrimonios arreglados, la venta de las hijas, la trata de mujeres, la prostitución, la penalización del aborto, los feminicidios, las violaciones sexuales, la discriminación de quien decide no ser madre; son todos reflejo de que las mujeres no son dueñas de sus propios cuerpos (visto desde el feminismo) y de que las mujeres son vistas como propiedad privada de los hombres (visto desde el socialismo).

En ese sentido, el supuesto contrato social que los ilustrados abanderaron, como un acuerdo entre todas las personas para ceder su libertad individual y adquirir la libertad civil, fue en realidad un contrato entre hombres propietarios, que se repartieron las tierras, las mujeres y a los desposeídos (esclavos, siervos o asalariados, según el caso). En otras palabras, “Las más explotadas son las madres de nuestro pueblo. Ellas están de manos y pies amarrados por la dependencia económica. Son forzadas a venderse en el mercado de la boda, como sus hermanas prostitutas en el mercado público” (Engels, 2012).

Este contrato sexual que tiene como base un contrato social entre hombres propietarios, consiste en un dispositivo de poder para dominar a las mujeres y se refleja en una sistemática permisibilidad histórica hacia la violencia intrafamiliar, donde las leyes suelen penalizar con mucha mayor dureza a la esposa infiel que al esposo y donde el esposo suele violentar a la mujer en todos los sentidos sin que esto alarme a la comunidad, en otras palabras, “la violación entró en el derecho por la puerta trasera, como si fuera un crimen contra la propiedad de algunos hombres por otros hombres. Las mujeres, por supuesto fueron consideradas la propiedad” (Brownmiller, 1993).

En ese sentido, la primera lucha que deben dar las mujeres es sobre sus propios cuerpos y su empoderamiento sienta las bases ideológicas para una de las principales consignas socialistas: la abolición de la propiedad privada. Sin embargo, el empoderamiento de las mujeres no será suficiente mientras se mantenga el sistema patriarcal, dado que no es un problema individual sino producto del contrato sexual de los hombres propietarios para repartirse a las mujeres, de modo que la única forma en que las mujeres logren su emancipación reside en la destrucción del patriarcado. De modo análogo, la emancipación de los trabajadores no puede darse tan sólo con salarios dignos, dado que la razón de su miseria radica en el capitalismo, que es un contrato social entre los dueños de la propiedad privada (de los medios de producción), de modo que su emancipación sólo puede darse con la destrucción del capitalismo.

  1. Trabajo doméstico, trabajo asalariado.

El trabajo nos hizo seres humanos, dado que la transformación del entorno incentivó la transformación de nuestra fisiología hasta el surgimiento de nuestra especie. La fabricación de herramientas, la caza, la recolección, la domesticación del fuego, la invención de la agricultura y de la ganadería, fueron producto del trabajo humano y a la vez propiciaron las condiciones materiales para la división de trabajo.

Mientras la agricultura impulsó la primacía de la mujer, en tanto que en los pueblos agricultores su trabajo fue la principal fuente de riqueza; la ganadería impulsó la primacía del hombre al convertirse en el principal proveedor de la comunidad. La mujer fue gradualmente recluida al espacio privado del hogar y sus labores fueron sistemáticamente infravaloradas e invisibilizadas, de ser la principal proveedora con la agricultura, pasó a cuidar del ganado y finalmente a las labores domésticas.

Por otro lado, el exceso de producción generado por la agricultura y la ganadería, propició que una comunidad pudiera apropiarse de esa riqueza y al mismo tiempo someter primero y esclavizar después a otra comunidad. De este modo, el trabajo manual que había sido sumamente valorado en los pueblos agricultores, pasó a ser una actividad despreciable, indigna de la clase dominante y un castigo para los esclavos (como la etimología de la palabra trabajo lo sugiere).

Es decir, en la barbarie se gestó y en el esclavismo se consolidó el desprecio por el trabajo manual (indigno de los conquistadores y forzado para los esclavos), y el desprecio por el trabajo doméstico (indigno para los hombres y forzado para las mujeres), exaltándose el trabajo intelectual de los conquistadores y su actividad belicosa.

Adicionalmente, las mujeres de las clases bajas (esclavas, siervas o proletarias, según la época histórica) han sufrido durante toda esta etapa civilizatoria la doble opresión de ser trabajadoras manuales y trabajadoras domésticas (mal llamadas amas de casa). Siendo doblemente invisibilizadas, dado que históricamente se ha considerado que su trabajo manual es menos valioso que el de los hombres y por ello es peor remunerado y su trabajo doméstico se considera parte de sus labores naturales de crianza, por lo que no es reconocido.

Inclusive, la acumulación originaria del capital, aquello por lo que fue posible la gestación del capitalismo como sistema mundial, sólo fue viable por la incorporación masiva de las mujeres y niños al mercado laboral, ya que en los inicios del capitalismo era sumamente redituable contratar mano de obra no calificada y fácilmente remplazable. Es decir, la base histórica de la riqueza capitalista lo constituyen millones de hombres y sobre todo mujeres que fueron brutalmente explotadas en el mercado laboral, además de tener que cubrir su jornada doméstica sistemáticamente obviada.

Sin embargo, “las mismas fuerzas de producción que habían hecho posible la división del trabajo y la introducción de la propiedad privada, trajeron luego la liberación de la mujer. Por medio la su participación en la producción” (Kollontai, 1976:43). Es decir, la mujer alcanzó un alto estatus social en la barbarie gracias a su papel como agricultora, luego lo perdió al ser recluida en el espacio privado del hogar, pero con el capitalismo vuelve a fungir un papel preponderante en la producción, por lo que su salida al mercado laboral propicia las condiciones históricas para que se empodere nuevamente. El movimiento feminista es producto de estas condiciones materiales que regresan a las mujeres al ámbito del trabajo productivo, pues no podían tomar consciencia de su posibilidad de empoderamiento mientras no tuvieran en sus manos su independencia económica, en otras palabras, “no es la petición de igualdad de derechos la que ha impulsado a la mujer a la vida profesional, sino exactamente a la inversa: el papel de la mujer en la producción es el que ha originado su reivindicación de derechos sociales iguales” (Kollontai, 1976:48).

En pocas palabras, la emancipación de la mujer (como consigna feminista) sólo será posible cuando pueda liberarse del trabajo doméstico y posea independencia económica (como consigna socialista). Lo cual no es posible en un sistema patriarcal que feminiza el trabajo doméstico y masculiniza la manutención del hogar, como tampoco es posible en el sistema capitalista que sólo reconoce el trabajo fuera de casa, pero busca retribuirlo con lo mínimo para su subsistencia.

  1. Producción de mercancías, reproducción de trabajadores.

Según la concepción materialista de la historia, el modo como se producen las mercancías determina toda la estructura social y no es posible transformar a la sociedad dejando intacto el sistema económico. Por otra parte, sólo es posible dicha producción de mercancías si se controla la reproducción de mano de obra, hasta el límite máximo de cada sociedad.

Para ello se requiere garantizar el control del cuerpo de las mujeres para que sean sometidas a una maternidad obligatoria, de tal modo que funjan como máquinas reproductoras de trabajadores, los cuales superen en número la oferta de empleo y así generen una caída del salario hasta el límite socialmente necesario de subsistencia.

En consecuencia, la acumulación originaria del capital: el fenómeno que originó y consolidó al capitalismo como sistema mundial, necesitó del patriarcado para someter a las mujeres a una maternidad forzada que multiplicara a la población hasta su hacinamiento en las grandes ciudades (Federici, 2004). De modo que se pudiera disponer de una gran masa de trabajadores dispuestos a pelear entre sí por un puesto de trabajo.

Si llevamos la concepción materialista de la historia hasta sus últimas consecuencias, tanto la producción de mercancías como la reproducción de trabajadores son fundamentales para el nacimiento y desarrollo del capitalismo. Ya que para dicha concepción todo fenómeno humano deja de ser simplemente natural para transformarse en histórico, de modo que la reproducción sexual no puede considerarse como un aspecto natural, sino como un fenómeno histórico que somete a las mujeres y controla sus cuerpos para la reproducción de mano de obra.

En pocas palabras, la lucha socialista para que los trabajadores se apropien de la producción de mercancías y la dirijan en beneficio de la humanidad, implica la lucha feminista para que las mujeres se apropien de sus cuerpos, como reproductoras de trabajadores. Es decir, la superación del sistema capitalista-patriarcal requiere la expropiación de las fuerzas productivas y de las fuerzas reproductivas por quienes realizan sendas funciones.

  1. Opresión, explotación y subordinación.

El trabajo, en la medida en que genera riqueza, ha sido históricamente utilizado para que los propietarios se aprovechen de los trabajadores, esto puede hacerse tanto en la opresión como en la explotación. La opresión laboral consiste en hacer trabajar a alguien hasta su máxima capacidad, ya sea intensamente (con el mayor esfuerzo físico o mental) o extensamente (muchas horas al día o muchos días consecutivos); la explotación laboral consiste en no retribuir al trabajador toda la riqueza que generó, sino tan sólo lo socialmente necesario para su subsistencia.

Por otra parte, la subordinación, entendida como la sujeción a la orden o dominio de otro, es padecida sistemáticamente por los desposeídos y las mujeres en su conjunto, desde que vivimos en un sistema clasista-patriarcal que infravalora a los desposeídos y a las mujeres para brindar privilegios a los hombres propietarios.

En ese sentido, si consideramos que la mayor parte de la población no posee propiedades y está conformado por mujeres: podemos afirmar que la mayor parte de la humanidad sufre de una triple carga: subordinación, opresión y explotación. Además, mientras los hombres propietarios pueden librarse de las tres cargas, en tanto viven del trabajo de otros y mantienen la subordinación de las mujeres y los desposeídos mediante el Estado, la iglesia y la familia; una minoría de mujeres pueden librarse de la opresión y la explotación en tanto sean propietarias o esposas de propietarios, pero de ningún modo pueden librarse de la subordinación, porque siguen sujetas al sistema patriarcal. Es decir, la posibilidad de las mujeres de sobresalir en un sistema clasista-patriarcal es más difícil comparado con los hombres, eso explica por qué hay muchas menos científicas, filósofas, tecnólogas y profesionistas mujeres en general, en proporción a hombres.

En particular, se habla de explotación sexual, siendo que la prostitución no genera riqueza por sí misma, sino que tan sólo redistribuye la riqueza generada en la producción, por lo que más bien debería objetarse la opresión sexual (por la trata de personas y el desgaste físico) y de subordinación patriarcal (por la feminización de dicha actividad). Asimismo, se habla de explotación laboral en el trabajo doméstico, pero otra vez se erra, dado que las labores hogareñas no generan riqueza por sí mismas, sino que tan sólo mantienen la riqueza generada previamente en la producción, por lo que más bien debería objetarse la opresión doméstica (por las arduas jornadas) y la subordinación patriarcal doméstica (por el esposo, padre, hermano o hijo).

Afirmar que en el sexoservicio y en el trabajo doméstico no hay explotación en tanto no son productivos, podría malentenderse como una subestimación de las mujeres, pero es todo lo contrario; necesitamos reconocer objetivamente que la mujer ha sido históricamente aislada del trabajo productivo (aunque en los hechos termine haciendo la doble jornada igualmente subestimada), y que la única forma de que supere la subordinación sistemática radica en que luche por su reconocimiento como trabajadora productiva, por su inserción en igualdad de condiciones al trabajo fuera de casa y por condiciones de trabajo dignas y con igual remuneración que los hombres, contra la opresión y explotación.

En pocas palabras, la lucha feminista por el reconocimiento del trabajo y derechos de las mujeres, es al mismo tiempo la lucha socialista por la emancipación de las y los trabajadores.

  1. Dominación y heteronormatividad

La lucha de clases y el patriarcado son dos caras de un mismo fenómeno civilizatorio, que al llevar miles de años de historia se convirtió en parte medular de la cultura universal. Esto ha propiciado un fenómeno de naturalización de tal dominación, denominado heteronormatividad, que puede ser entendida como un sistema de normas que concibe la otredad como inferior y subordinada al sujeto dominante.

En otras palabras, “¿qué es el otro/diferente sino el dominado? Porque la sociedad heterosexual no es la sociedad que oprime solamente a las lesbianas y a los gays, oprime a muchos otros/diferentes, oprime a todas las mujeres y a numerosas categorías de hombres, a todos los que están en la situación de dominados.” (Wittig, 2006:53). Es decir, para mantener la dominación política y económica, la civilización se vale de normalizar y normativizar un sistema de subordinación ideológica que consiste en discriminar todo tipo de otredad que no sea la dominante, tales como las mujeres, la gente de piel oscura, las personas no-heterosexuales, la gente de edad avanzada, la gente con sobrepeso, migrantes, desposeídos y personas con capacidades diferentes, entre otros.

Para ser más precisos, tomemos como ejemplo al racismo como una forma de otredad. El racismo no existió siempre, sino que surgió con la civilización, como un producto del dominio de un pueblo económica y políticamente superior a otro, es decir, “Una sociedad jerárquica tenía que justificarse a sí misma. Las más de las veces, el dominio de un grupo de familias respecto de las demás se racionalizó en función de la noción de raza” (Robinson, 1978: 57). En otras palabras, la superioridad bélica basada en una supremacía económica, propició que el dominio de un pueblo sobre otro fuera justificado ideológicamente, asumiendo una presunta superioridad natural. Además, no es casualidad que el racismo sea preponderantemente de pueblos de piel clara hacia pueblos de piel oscura, debido a que los grupos humanos que poblaron el norte de Europa (que evolutivamente clarificaron su piel para absorber los pocos rayos de sol de esas latitudes), se vieron obligados a desarrollar sus fuerzas productivas con mayor premura que los otros pueblos para resistir los duros e inertes inviernos. Esta presión propició que su economía floreciera más rápido y esta ventaja los impulsó a dominar políticamente a los otros pueblos, particularmente con el gran fenómeno del colonialismo.

Asimismo, una de las formas más evidentes de heteronormatividad consiste en la homofobia. Hay que mencionar que durante miles de años que duró el salvajismo los seres humanos vivieron en matrimonios colectivos y en diversas estructuras de convivencia que no imponían la heterosexualidad, y que la diversidad sexual ha existido en todos los periodos históricos debido a que nuestra sexualidad no se reduce a la función reproductiva, sino que se construye culturalmente.

En realidad, la razón por la que se impuso la heterosexualidad obligatoria es económica, dado que durante el feudalismo, a la iglesia no le convenía que hubiera uniones homosexuales puesto que esto disminuía la población necesaria para el diezmo o para la guerra. Desde entonces la heterosexualidad obligatoria se fue consolidando hasta propiciar la homofobia, en la cual se ha interiorizado tanto esta postura hasta el grado de provocar una sensación de repudio hacia todo lo que no sea heterosexual: desde el sexo entre homosexuales hasta la adopción de niños entre tales parejas; curiosamente la heterosexualidad tolera e incluso alienta las relaciones sexuales entre mujeres siempre que su función sea brindar un espectáculo para los hombres, pero repudia el lesbianismo cuando significa autonomía sexo-afectiva para las mujeres. En el caso de los hombres homosexuales se tolera más a quien juegue un rol activo sexualmente hablando dado que funge el papel del hombre en la lógica heterosexual. Además, los crímenes de odio por homofobia en el mundo son alarmantes, lo que muestra cómo el patriarcado ha logrado meterse hasta la médula de nuestros más profundos prejuicios frente a la diversidad sexual.

Si analizamos este gran fenómeno civilizatorio que se sostiene bajo un sistema clasista-patriarcal con su correspondiente naturalización heteronormativa, podremos vislumbrar por qué las personas más ricas del mundo son hombres blancos heterosexuales. Lejos de ser un destino natural, divino o histórico, es producto del dominio de hombres que controlan los medios de producción y que naturalizan tales relaciones como mecanismo de control ideológico.

Esto no significa que ser de piel oscura o mujer o cualquier otredad sea automáticamente sinónimo de pobreza o exclusión, dado que existen gobernantes y propietarios con esas características, pero hay que considerar que si tales personas logran cierto poder político o económico, lo hacen a costa de traicionar su propia identidad, dado que para llegar a la cima tienen que ser parte del sistema, lo que implica reproducir la lógica clasista-patriarcal con su correspondiente naturalización.

Tenemos tan arraigada la naturalización heteronormativa, que llegamos a pensar que entre las parejas homosexuales uno tiene que asumir el rol de hombre y otro el de mujer, siendo que la sexualidad humana no se reduce a los papeles polarizados que nos ha impuesto la cultura civilizatoria. A su vez, la estética heteronormativa nos ha hecho tan unilaterales que mundialmente se asume como más bella a la gente de rasgos claros, como esa aberrante fascinación por las jóvenes rubias y delgadas.

En pocas palabras, el sistema clasista-patriarcal ha logrado normalizarse mediante la naturalización de su hegemonía, por lo que necesitamos del socialismo para desentrañar la base económica de la heteronormatividad, así como requerimos del feminismo para combatir las formas que adquiere la subordinación patriarcal en su rostro naturalizado.

  1. El feminismo sin socialismo está ciego, el socialismo sin feminismo está cojo.

Hemos visto que el socialismo y el feminismo son dos formas de afrontar el problema de la civilización como un sistema clasista-patriarcal, que ambas posturas buscan resolver problemas fundamentales cada cual desde su perspectiva, de modo que ninguna puede absorber a la otra sin el riesgo de subestimar su potencial emancipador. En la historia de la lucha social, cuando el socialismo o el feminismo han subestimado a la otra postura, terminan por reproducir (al interior de sus organizaciones) esquemas patriarcales o clasistas, respectivamente, que dificultan su desarrollo e incidencia política.

En otras palabras, una revolución socialista que no sea feminista, habría logrado erradicar una forma de subordinación de tipo clasista, pero se quedaría coja al no lograr la emancipación completa contra la subordinación patriarcal, lo que podría ser un factor de retroceso para la reinstauración del capitalismo, como probablemente ocurrió en la URSS. Por otro lado, una revolución feminista que no sea socialista, empoderaría a la mujer en ámbitos democráticos, laborales y culturales, pero se quedaría ciega ante la sistemática desigualdad económica, de modo que el sistema clasista terminaría por ahogar tal empoderamiento.

Por el contrario, una revolución que sea capaz de erradicar toda forma de subordinación (clasista o patriarcal), forjará relaciones sociales comunes (o mejor dicho comunistas), donde la base del empoderamiento (feminista) de las mujeres será su autonomía económica (socialista), esto requerirá de su inserción a la par del hombre en el trabajo productivo y la correspondiente repartición de tareas domésticas. Sin embargo, uno de los principales impedimentos culturales para que se logre esto es la imposición de la familia nuclear heteronormativa, que obliga a las parejas a responsabilizarse exclusivamente de sus propios hijos y que fuerza a las mujeres a resignarse en hogares disfuncionales con tal de brindar un futuro a los hijos o los abandonen. Esta visión individualista de la familia tiene que superarse, de modo que los hijos sean responsabilidad de toda la comunidad y no exclusivamente de quien los parió, así la educación y la manutención pasan a ser una obligación colectiva y esto permite a su vez que su educación se oriente a forjar una personalidad colectiva. Habría entonces guarderías colectivas, comedores colectivos, personal de limpieza doméstica colectiva, en donde hombres y mujeres de la comunidad se turnarían periódicamente para cada comisión y por supuesto para el trabajo productivo, el cual brindará los recursos para tales comisiones.

En pocas palabras, para llegar al comunismo requerimos superar y reformular nuestras relaciones de subordinación heteronormativa que tienen un fundamento en el sistema clasista y patriarcal, que se refleja en última instancia en la familia nuclear económicamente cerrada y políticamente opresiva, de modo que destruyamos al capitalismo y al patriarcado y construyamos una sociedad comunista en donde el trabajo productivo (industrial) y el trabajo reproductivo (doméstico, de servicios, burocrático), sean distribuidos y turnados equitativamente entre todos los hombres y mujeres, de modo que por ejemplo, en un día cualquiera una persona prepare la comida para varios niños en la mañana, maneje maquinaria pesada por la tarde y resuelva alguna cuestión administrativa por la noche, sin distinción de raza, sexo o preferencia sexual y sin desigualdad económica. Donde no haya subordinación de clase ni de género, las mujeres tengan poder sobre ellas mismas, y cada cual trabaje según sus capacidades y reciba según sus necesidades.

Referencias

Brownmiller, Susan (1993) Against Our Will: Men, Women, and Rape. Fawcett Columbine.

Engels, Friedrich (2000) El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre. En: https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/1876trab.htm Consultado el 25 de abril de 2014.

Engels, Friedrich (2012) El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. En:

http://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/origen/  Consultado el 25 de abril de 2014.

Federici, Silvia. (2004) Calibán y la bruja. En: http://bibliotecalibre.org/bitstream/001/299/4/978-84-96453-51-7.pdf Consultado el 13 de noviembre de 2014.

García Colín Carrillo, David (2014) El Materialismo Histórico y Dialéctico aplicado al proceso de “hominización”, el surgimiento de las clases sociales y la civilización. En:

http://www.nodo50.org/ciencia_popular/articulos/hominizacion.htm Consultado el 25 de abril de 2014.

Kollontai, Alexandra. (1976) La mujer en el desarrollo social. En: http://creandopueblo.files.wordpress.com/2011/09/kollontai-alexandra-la-mujer-en-el-desarrollo-social.pdf Consultado el 25 de abril de 2014.

Wittig, Monique (2006) El pensamiento heterosexual y otros ensayos. En: http://topatu.info/wp-content/uploads/2013/11/pentsamendu_heterosexuala3.pdf

Robinson, Joan. (1978). Libertad y necesidad, introducción al estudio de la sociedad. México, Siglo XXI.

Extractado de: https://maudimeo3.wordpress.com/2014/06/08/por-que-ser-socialista-y-feminista/?fbclid=IwY2xjawFiXi5leHRuA2FlbQIxMAABHXG6ORgYZ-Fctbao9NbqBKGoPwiN6GRR1ZfFz_nUWFSI-WW0qP2BSg8NUg_aem_1wFz7Psz06Jcf8YEfqJIDQ

 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Siguen apareciendo mentiras a propósito de Pablo Neruda y su hija Malva Marina, aclaremos algunas cosas...

Prensa alternativa de Chile

El Ronco, Guillermo Rodríguez, militante ejemplar