Soy mujer ¿Hablemos del acoso que sufrimos de otras mujeres?

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Soy mujer ¿Hablemos del acoso que sufrimos de otras mujeres?


Mientras caminaba por un costado de la Alameda, mirando la marcha feminista de hace unos días, y leyendo los carteles, enfocados en su mayoría contra profesores y centros de estudios, pensaba en los casos de acoso que he visto en mi vida académica.

Y mientras hacia el recuento, me di cuenta que desde el pre-kinder en adelante, solo me he topado con un profesor que era claramente un acosador sexual. Con otro, tengo la duda si califica en esa posición, ya que más bien usó su cargo para seducir y varias cayeron más por el beneficio que podían obtener que por sus encantos personales, que eran escasos. Y fue cuando comparé con los episodios de acoso sexual protagonizados por alumnas hacia profesores. Entonces me di cuenta que me faltaban dedos en las manos para contarlos.

El wollying es una forma de acoso, es una agresión indirecta desalmada de una o varias mujeres hacia otra mujer.
El profesor de francés que era acosado de manera brutal por compañeras de colegio; el profesor ayudante que no cedió al acoso sexual y que fue acusado por sus acosadoras de abuso sexual; la ayudante que hizo la monumental escena de celos a un profesor en plena clase… y un largo etc. de otros casos.
 Mientras las miraba marchar, pensaba si estas chicas saben realmente lo que es acoso. El acoso no se reduce a expresiones estúpidas dichas por un hombre a una mujer. Es el acto de perseguir de modo constante y más o menos evidente a un individuo, con el fin de obtener algo por parte de aquel al que se acosa.

Eso lo puede hacer tanto un hombre como una mujer. Eso lo sufren tanto hombres como mujeres. Pero no lo ven así las feministas, tienen un discurso y no saldrán de él, sin importarles siquiera oír lo que feministas como  Elisabeth Badinter señalan: “todo puede ser catalogado de acoso: una mirada, un gesto, una palabra… Esto introduce dos imágenes catastróficas en la relación hombre-mujer: por un lado, la de una mujer impotente, incapaz de resistir a los hombres, que recurre a los tribunales, como antes recurría a papá y a mamá. Por el otro, la imagen de un hombre agresivo, dominante y explotador.”  No entiendo por qué las chicas, que se están manifestando estos días, quieren proyectar una imagen tan victimizadas de sí mismas que demandan que venga el Estado a protegerlas. No entiendo por qué a eso lo llaman “feminismo”. 

Pero no nos equivoquemos, porque ese victimismo no es inocente. “El infortunio es el equivalente de una elección, ennoblece a quien lo sufre y reivindicarlo es cortar con la humanidad ordinaria, convertir su superación en gloria (…) Sufro, luego valgo”, dijo Badinter citando un texto de Pascal Bruckner. Y tiene razón. Disfrazarse de víctima, incluso no siéndolo, hace que haya un impulso natural a darle la razón y una conmiseración simétrica al odio sin piedad a quien le infringió ese dolor, aun cuando ni siquiera tengamos prueba de si fue así como ocurrió. Como ocurre con las alumnas de la Universidad Católica, que citan frases supuestamente dichas por profesores, y que se han tomado como ciertas. ¿Por qué iban a mentir sobre eso? Pero nadie se pregunta: ¿por qué creer la palabra de una alumna solo porque es mujer? ¿Acaso las mujeres no mentimos?
Lo más lamentable, sin embargo, de la marcha  y de todas las tomas actuales, es que se hacen en nombre del feminismo. Para hablar de temas que interesan a las mujeres. Bien. Soy mujer. ¿Hablemos del acoso que sufrimos de otras mujeres?

El wollying es una forma de acoso, es una agresión indirecta desalmada de una o varias mujeres hacia otra mujer. Chismes, rumores, injurias, intimidaciones, humillaciones, sarcasmos, burlas, aislamiento, maltrato y, en algunos casos, abuso de autoridad son una constante amenaza, superior a la de un profesor desatinado.

No vi, en ninguna de las marchantes, una sola alusión al acoso entre mujeres, ni menos hay en los petitorios que han entregado las manifestantes una sola mención a sanciones para compañeras que insulten y agredan a otras. Piden las penas del infierno para el profesor varón, o para el compañero varón que diga algo que moleste a las señoritas… pero no hay una sola palabra sobre cómo actuar ni cómo sancionar cuando quien te agrede es otra mujer. Y no estamos hablando de un tema menor: 31% de los casos de maltrato abusivo repetitivo en el trabajo es realizado por mujeres contra otras mujeres. Según el Workplace Bullying Institute de Estados Unidos, en ese país las mujeres maltratadoras en más del 67% de los casos  tienen a otras mujeres como víctimas

No me siento en absoluto identificada con ninguna de las peticiones de las tomas feministas de universidad. Pero al conocer sobre el suicidio de Katy Winter  no pude evitarlo: con ella sí me identifico. Fui víctima de wollying, lo he sido de compañeras de colegio, de universidad, de vecinas de barrio e incluso en círculo de familiares. Mujeres me han amenazado, me han insultado, me han difamado, y de no haber tenido una madre que tuvo el mismo problema y que me enseñó a enfrentarlo, y la enorme fortuna de que no existieran las redes sociales, tal vez habría actuado como Katy, como han hecho otras mujeres cuyas historias nunca conoceremos, porque a nadie le importa hablar de estos temas.

La tragedia de la familia de Katy es la que viven muchas familias en este país. Sus hijas sufren trastornos alimenticios, apatía, profunda depresión, y cuando buscan la raíz de ese problema, ¡sorpresa! Aparece otra mujer, o un grupo de ellas (siempre actuando en manada), que han dicho o hecho actos constantes de acoso. Y cuando las mujeres acosan, no se frenan con nada. Bien lo sabe Erin Pizzey, activista que fundó la primera casa de acogida para mujeres maltratadas, en Londres, y que tuvo que irse de su propio país porque llegaron a amenazarla de muerte activistas feministas (incluidas amenazas de bomba, llegaron a enviar un paquete a su casa y mataron a su perro), solo por querer abrir un centro de hombres maltratados.

Si estamos supuestamente hablando de un problema social, hablemos del problema social. No hablemos de aquella arista que en estos días es una moda. Si hablamos de acoso, miremos en nuestro lado de la barda, critiquemos y condenemos con igual o más dureza cuando una mujer, por puro placer de sentir la superioridad de aplastar a alguien,  difame y juzgue a otra mujer. Condenemos el acto, no al actor. Acoso es acoso, lo haga un profesor a una alumna, lo haga una alumna a un profesor, lo haga un hombre contra una mujer, lo haga una jauría de mujeres contra otra.
No hay marcha por Katy. Si un hombre la hubiera matado la habrían convocado, pero una víctima (otra más) de acoso de mujeres no merece la atención de las feministas. Se meterá su situación en el saco del bullying y ahí criará polvo, porque el bullying es un asunto mayoritariamente de mujeres, por lo que nadie quiere hacer nada al respecto. Katy estuvo sola pasando por un calvario, la misma soledad que muchas mujeres sentimos cuando somos agredidas por otras mujeres. ¿Por qué ser feminista, cuando el derecho humano a ser respetado, las mujeres lo violamos tan constantemente entre nosotras?



Extractado de: https://www.elquintopoder.cl/genero/soy-mujer-hablemos-del-acoso-que-sufrimos-de-otras-mujeres/

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