América Latina: ¿Por quiénes votan los evangélicos?
América Latina: ¿Por quiénes votan los evangélicos?

El poder real del voto confesional.
por Pablo Semán y Marcos Carbonelli /La Haine.
El poder del voto confesional gana visibilidad en Brasil, aunque también en Argentina y otros países de la región.
Los evangélicos siempre estuvieron aquí,
pero fue a partir de los 80 que apuntaron a incidir en las urnas.
Tienen prácticas y creencias distintas; en común, que su principal
estrategia de convocatoria está en las redes familiares y en los
barrios. La tierra prometida es el garage vecino donde se levantó una
iglesia. El milagro está a la mano: es la ayuda para la supervivencia
cotidiana. Su incidencia política muestra los dientes no sólo para
elegir presidentes y ocupar ministerios; también para resistir a la
ampliación de derechos sexuales y a las demandas por estados laicos.
Antes de enunciar cualquier tesis sobre
la relación entre evangélicos y política en Brasil y en Argentina es
necesario un dato: Lula tuvo en 2002 y en 2006 el apoyo de los
evangélicos, entre ellos el de algunos de los líderes y organizaciones
que hoy impulsan al candidato de la ultraderecha brasileña. Se trata de
obispos de la IURD como Crivella, de Iglesias como las Asambleas de Dios
que poseen millones de miembros aunque son menos visibles que la
sarandeada Iglesia Universal del Reino de Dios. Se trata de partidos que
agruparon esos apoyos como el Partido Republicano Brasileño, fuerza que
sostuvo en 2006 a José Alencar (dos veces vicepresidente de Lula), que
terminó sus días como evangélico en 2011, por solo citar algunos
ejemplos casi al azar. Algo menor fue el apoyo de los evangélicos a
Dilma Roussef cuyo triunfo en segunda vuelta con el 51 % de los votos
marcó el comienzo de la reducción del electorado petista que en la
segunda vuelta de 2006 había alcanzado el 60 % de los votos.
Ahora sí: la síntesis del argumento que
queremos desarrollar. El crecimiento evangélico en Brasil se caracterizó
por un largo proceso que llevó a la emergencia de un voto confesional
que no todo el tiempo optó por las mismas alternativas políticas. En el
caso argentino el desarrollo evangélico es menor y sus formas de
politización transcurren por caminos totalmente diferentes a los
brasileños desde hace décadas.
Sin entrar en especificidades ni
sutilezas teológicas definamos tres términos relacionados:
protestantismo, evangélicos y pentecostalismo. El protestantismo
-antecedente y marco histórico del conjunto de las iglesias evangélicas-
es el movimiento cristiano que, a diferencia del catolicismo, basa la
autoridad religiosa de forma exclusiva en la biblia (y por eso sus
iglesias son evangélicas en vez de apostólicas) [1].
Entre las diversas ramas evangélicas
desarrolladas en Brasil y Argentina como en casi toda América latina
predominan, en una proporción no menor al 60%, los pentecostales. Esta
rama del protestantismo se identifica por una posición: la de la
actualidad de los dones del espíritu santo. En los hechos de Pentecostés
narrados en el nuevo testamento, como en los ocurridos en una de las
más reputadas cunas de la experiencia pentecostal (el Avivamiento
espiritual de la calle Azuza en una Iglesia Episcopal Africana de
Califonia en 1906) los cristianos tuvieron señales y manifestaciones del
Espíritu Santo. En la reivindicación de esta posibilidad el
pentecostalismo basará su teología, su autonomización como rama
evangélica y su influencia en otras ramas evangélicas incluso en el
catolicismo que, a su debido momento, reconocerá esas experiencias en el
seno del Movimiento de Renovación Carismática Católica.
Evangélicos y política en Brasil
Los evangélicos son más del 30 % de la
población brasileña. El mundo de las iglesias evangélicas es heterogéneo
en sus proveniencias, sus prácticas religiosas, sus modos de
organización y de agrupamiento.
La expansión de esta experiencia en
América latina tuvo diversos caminos y consolidaciones: fue importado al
continente por misioneros y creyentes pero fue desarrollado por sus
descendientes y sobre todo por emprendedores religiosos locales que son
los que encontraron el tono evangelizador y las formas organizativas que
le permitieron crecer de forma despareja pero siempre importante rauda y
a costas del catolicismo en todo el continente durante los últimos 70
años. Hoy en Brasil es un mundo heterogéneo de ramas y organizaciones:
en él conviven protestantes, metodistas, bautistas y pentecostales
agrupados en iglesias de muy diversos tamaños y nivel de agregación así
como los más diversos tipos de organizaciones culturales y sectoriales.
El pentecostalismo es la denominación
evangélica que más creció por tres razones. La primera es la extrema
capacidad de localizar y singularizar su mensaje movilizando a su favor
los supuestos de las más diversas formas de simbolización religiosa
presentes en las sociedades latinoamericanas, especialmente en las
camadas populares. La segunda es la agilidad y adaptabilidad de sus
formas organizativas aliada al ejercicio crecientemente autónomo del
sacerdocio. En el tiempo que los vecinos de un barrio construyen una
ermita para adorar a la virgen, que incluye decenas de deliberaciones y
autorizaciones en una vertical infinita de la burocracia celestial, los
pentecostales hacen veinte de iglesias en ese mismo barrio. La tercera,
que combina las dos anteriores en relación con el Catolicismo aprovecha
las ventajas de los avatares católicos desde los años 60. Esto es: la
espiritualidad militante cuya tierra prometida es el lejano y esforzado
paraíso terrenal de la opción por los pobres decantó en la opción de los
pobres: abandonar las filas del catolicismo para adherirse a una
religiosidad más próxima culturalmente, más eficaz, más tangible con
milagros cotidianos. Allí donde el católico militante se extasía con el
cristo histórico, comprometido en las calles con las multitudes que
protestan y construyen la sociedad ideal, el imaginario religioso
pentecostal se regocija con imágenes del dios vivo que cura, provee,
emociona y reencuentra a los hombres. No son necesariamente
incompatibles pero la historia brasileña los dispuso así, casi en
paralelo, en los años en que crecieron los pentecostales.
Cuando los ateos metropolitanos de
Brasil y de varios países latinoamericanos percibieron que en el centro
de sus ciudades había cines evangélicos y ocupaban los espacios
televisivos y creaban radios evangélicas, el pentecostalismo ya había
creado una base demográfica enorme. El campo rodeó las ciudades, no los
vinieron venir y se lo explicaron por el mismo demonio de siempre: fue
culpa de los medios de comunicación. Hasta ese momento sin embargo los
medios no eran la causa principal de esa expansión: los pentecostales
crecían boca en boca, campaña a campaña, en redes familiares. Incluso
luego del arribo evangélico a los medios la evidencia de los estudiosos
es que la mayor parte de las conversiones ocurre por vías y recorridos
interpersonales, y barriales.
La politización de los evangélicos en
Brasil fue significativa desde finales de los años 80. Las entonces
nuevas generaciones de pentecostales y evangélicos rompieron con las
ideas de abtencionismo social y político de los pioneros y se
movilizaron por causas religiosas en tanto eran una minoría
desigualmente tratada por el estado, por causas sociales y por causas
morales vinculadas a sus idearios de familia. El pasaje de los
pentecostales al compromiso terrenal e histórico fue sinuoso para
sorpresa de los que esperarían un comportamiento alineado homogénea y
eternamente con la derecha en el espacio político brasileño.
Participaron de la constituyente porque
temían la censura del catolicismo, apoyaron a a Collor de Mello por que
la dialéctica comunismo cristianismo se impuso con toda la furia y luego
fueron parte de la primera y más dramática victoria electoral de Lula.
Intelectuales cercanos al PT junto a cuadros esforzados por sacar al
partido de su lugar de minoría considerable hicieron entender al
conjunto que los evangélicos no eran eran ni el enemigo ni
necesariamente ajenos a las inquietudes sociales de la izquierda y que
la hostilidad recíproca solo lograría mantener por fuera del caudal
petista un voto cuantitativamente importante en sí mismo y, sobre todo,
en los sectores populares. Desde el PT se consolidó, al menos
transitoriamente, la idea de que los evangélicos eran un “proceso en
disputa” y que era posible hacer un camino conjunto con esas
subjetividades. La alianza petista que llegó al poder fue asombrosamente
amplia: iba desde el apoyo del Movimiento Sin Tierra hasta la simpatía
de Delfim Netto (Ministro de economía del dictadura militar) y pasaba
por el PMDB (un centro amplísimo) y los evangélicos. En la situación
actual un horizonte de articulaciones tan amplias parece distante sino
imposible, pero es seguro que lleguen otros tiempos en que un arco así
pueda recrearse.
Pero además de sinuosa, la politización
evangélica en Brasil fue exitosa. Y eso se debe a una combinación de
características de los electorados, del sistema electoral y político y
de las prácticas evangélicas. Electorados comparativamente más volátiles
que los de la Argentina son sensibles a la prédica de organizaciones
extensas y disciplinadas. Los evangélicos eran una posibilidad que
asentaba su eficacia en un la producción religiosa de motivos de
legitimidad política que se jugaron a veces por derecha y otras por
izquierda: la honradez, la familia, y la sacralización de las acciones y
las comunidades políticas emergentes en el proceso electoral son parte
específica de la eficacia evangélica en la constitución de un electorado
confesional. Insistamos en esto: para los pentecostales de 1990 fue
demoníaco Lula y su supuesto comunismo como luego pudo serlo Fernando
Henrique Cardoso y su supuesta inmoralidad política aliada al rastro de
empobrecimiento generalizado que dejó Brasil, especialmente entre los
más pobres. Luego Lula dejó de ser demoníaco durante 13 años para volver
a serlo en 2018.
Estos grupos recogen mejor los frutos de
sus prácticas electorales cuando un sistema de elección legislativa
uninominal permite elegir diputados con una cantidad proporcionalmente
baja de votos. Y estos frutos se potencian en un parlamento fragmentado
en que los bloques pequeños se benefician de la vitalidad de su votos
para el ejecutivo. En ese contexto, los pentecostales negociaron con
cada gobierno participación en políticas sociales, espacios para sus
iglesias y avanzaron con medios de comunicación que se volvieron
influyentes más allá de la propia y extendida grey. Participación
política y unificación progresiva se retroalimentan, pero aún así el
mundo evangélico brasileño es todavía heterogéneo y las acciones
unificadas solo son posibles en algunos casos y tras muchos acuerdos.
La ruptura entre el PT y los evangélicos
se fue dando al mismo ritmo que tuvo la desafección de una parte
importante de la ciudadanía respecto del gobierno de Dilma Roussef: la
crisis económica, los hechos de corrupción, la perspectiva de una
derrota electoral de la alianza petista. Estas situaciones llevaron a
los evangélicos a buscar otras opciones en una deriva que terminó en el
apoyo de muchos de ellos a Bolsonaro en parte por oportunismo, en parte
por antipetismo. Y en parte, también, porque la alianza petista y su
incorporación creciente de una agenda de género impactó en la alianza
con los evangélicos. Estos tomaron y retomaron un lugar simbólico en el
que se sienten cómodos: el de la normatividad genérica y sexual y la
reafirmación de las relaciones jerárquicas de género en el marco de una
propuesta general de orden que, en los niveles de violencia que vive
Brasil, se hizo para muchos una cuestión de supervivencia.
El futuro, sobre todo si gana Bolsonaro,
implicará para algunas iglesias evangélicas con gran poder electoral
algo más que el acceso a licencias de medios de comunicación: la
posibilidad de acceso al control de aparatos institucionales federales y
estaduales. La educación, la salud, la acción social pueden llegar a
ser áreas de su interés y de un posible ejercicio ministerial para los
grupos que parecen controlar hasta ahora el voto confesional. Del poder
electoral al poder institucional y de allí a la reproducción ampliada de
ese poder: ese parecer el designio y la deriva evangélica en la
política brasileña.
Evangélicos y política en Argentina
La reciente movilización contra la
despenalización del aborto despertó el interés mediático por los
evangélicos y su fuerza política. Este interés se acrecentó por la
reunión que Macri Gato, Carolina Stanley y María Eugenia Vidal
convocaron para integrar a los evangélicos en el circuito de
implementación de políticas asistenciales, medidas fundamentales en
tiempos de ajuste, hambre y necesidad de contención. Y no sólo se
despertó el interés mediático sino una también una preocupación que se
basa en la posibilidad de una analogía con el caso brasileño.
Sin embargo la situación se parece poco a
la de Brasil. Los evangélicos -incluyendo los pentecostales que son la
mayoría de ese universo- no pasan del 12 % de la población. Y, como se
verá, en el recuento de algunas de sus relaciones con el espacio
político tampoco registran tendencias a la configuración de un poderoso y
extenso voto confesional.
Haciéndole justicia a la historia, sus
involucramientos en la política hunden sus raíces en momentos mucho más
lejanos, casi tanto como su presencia en el territorio nacional, en los
años post independencia. Una parte de los evangélicos desarrolló
compromisos políticos liberales como el de William Morris a principios
del siglo veinte participando activamente de los debates sobre libertad
religiosa en Argentina, junto con los sectores más liberales de la clase
política de aquel entonces. Mucho después los evangélicos fueron parte
decisiva de la formación del movimiento por los derechos humanos durante
la dictadura militar.
¿Pero qué pasa con los pentecostales, la
actual mayoría de los evangélicos, en relación a la política? Durante
el primer peronismo encontramos un hito. En medio de su crisis abierta
con la jerarquía católica, Perón permitió que diferentes grupos
religiosos dispusieran de lugares masivos para sus cultos. En este
contexto se destacó el apoyo logístico brindado a la visita del
predicador norteamericano Tommy Hicks. Hicks era conocido por sus
campañas de sanación, que se enmarcaban en jornadas de varios días,
usualmente en estadios de fútbol o espacios con gran capacidad. El
gobierno peronista concedió el permiso para que se realizaran en el
estadio del Club Huracán y luego en el de Atlanta, y el resultado fue
una concurrencia que desbordó las expectativas iniciales. Miles de
personas participaron durante tres días del evento, que fue criticado
con suspicacia por la jerarquía católica.
No esta demás decir que en esa ocasión
los comentarios de los medios inauguraron una tendencia que lleva
décadas: enjuiciar moral, económica, política y psíquicamente a los
evangélicos. Las campañas de Tommy Hicks marcaron un hito en la historia
política evangélica porque en la huella mnémica de generaciones de
evangélicos pentecostales quedó grabado el gesto de Perón y sembró una
simpatía que perduró por décadas y que incluso sigue hasta nuestros
días.
Como fue el caso de otras alteridades
(sexuales, étnicas, etc.) los evangélicos fueron perseguidos en la
última dictadura militar. Toda disidencia a la consustanciación entre
identidad nacional y católica era asumida como foránea y sospechosa, y
fue por este clima que las expresiones políticas de este espacio
religioso se redujeron a su mínima expresión. En el abstencionismo
también pesaba la herencia de los misioneros, que introyectaron en las
comunidades la asociación entre práctica política y pecado.
La recuperación democrática constituyó
un quiebre en la situación política de este grupo religioso. Si bien la
estigmatización pública no menguó (el etiquetamiento de los evangélicos
como una secta fue fogoneado varias veces por la Iglesia Católica y
encontró eco en los medios), la extensión y consolidación de las
libertades civiles a nivel general favoreció sus actividades
proselitistas. El resultado de estas condiciones de crecimiento fue un
crecimiento demográfico sin parangón en la historia del campo religioso
en Argentina, y en ese marco se dio el ensayo de algunas acciones
políticas. Esto, impulsado por los efectos de un recambio generacional
que permitió la emergencia de nuevas figuras y líderes que no veían con
malos ojos “copar” lo público con el afán de crecer.
En la década del noventa se destacaron
dos vínculos entre evangélicos y política. En primer lugar, la
movilización en la calle contra los proyectos de ley que pretendían
restringir aún más los derechos de las minorías religiosas de cara a los
privilegios católicos. Si bien no lograron corregir el marco jurídico
estructurante, los evangélicos frenaron las iniciativas más restrictivas
y dieron cuenta de un poder de movilización para nada desdeñable. Las
intervenciones de varios de sus dirigentes en las controversias sobre la
extensión de derechos sexuales y reproductivos en la década del 2000
(ley de educación sexual, matrimonio igualitario y despenalización del
aborto) son herederas de este aprendizaje y paradojalmente facilitaron
las alianzas con sectores católicos, con quienes compartían la oposición
a la extensión de la agenda de género.
En segundo término, el armado de
partidos confesionales que pretendían redimir el espacio de la política
mediante lógicas de santificación. Pese a sus esfuerzos, la cosecha de
votos fue magra, por razones decisivas. En primer lugar en estas pampas
las identidades políticas son más longevas y densas que en Brasil, y
nuestro cuarto oscuro es más impermeable a las influencias de otras
afiliaciones que no sean las político-ideológicas y a otras
preocupaciones que no sean llegar al fin de mes y evaluar cómo nos fue
con el gobierno anterior y como pensamos que nos va a ir en el próximo
período. A pesar de los repetidos intentos de capitalizar en un redil de
votos propios las identidades religiosas, los pentecostales tienden a
votar como sus vecinos y su grupo social: a veces oficialismo, a veces
oposición, a veces peronismo, a veces antiperonismo. En segundo lugar no
hay actualmente entre las iglesias evangélicas relaciones de predominio
que superen la fragmentación de las decenas de miles de iglesias en que
existe el movimiento religioso que desde afuera se ve unificado.
Si las urnas, campañas, slogans y votos
representaron un árido desierto, la implementación de políticas públicas
se constituyó en una llanura fértil. Esto se debe a que la práctica
religiosa pentecostal desarrolló tempranamente una pastoral que integra
la restauración espiritual y material de los creyentes. De allí que
tanto en las pequeñas comunidades del conurbano, armadas en improvisados
garages, como en la mega iglesias situadas en barrios porteños de mayor
nivel económico, las plegarias, cantos y movimientos corporales se
combinan con merenderos, talleres de oficio, comunidades terapéuticas.
En particular, en el abordaje del consumo problemático de drogas, en la
asistencia social y en el armado de dinámicas y espacios propios en el
mundo carcelario los evangélicos desarrollaron una expertise que
creyentes y no creyentes incorporaron rápidamente a sus estrategias de
supervivencia cotidiana, al mismo tiempo que dirigentes políticos de
múltiple extracción los identificaran como interlocutores válidos para
“bajar” recursos al territorio.
De allí que las visitas a la Casa Rosada
no sean nuevas. Con Menem (fundamentalmente en la etapa de la
recesión), durante la crisis de 2001 y 2002 (cuando sus federaciones
integraron la versión ampliada de la Mesa de Diálogo Social, convocada
por Duhalde) y durante el kirchnerismo, con Alicia Kirchner como enlace,
diferentes pastores y pastoras participaron de la discusión acerca de
la implementación de políticas de contención social. Hoy vuelven a
hacerlo y nada dice que sea seguro, probable o necesario que los
creyentes evangélicos de la Argentina vayan a participar de la creación
de un Bolsosaurio argentino en una proporción específica y mayor que la
que puedan llegar a participar el resto de los argentinos que practican
otras religiones. Por ahora lo único que se verifica y no es poco es que
los pentecostales le dan fuerza al contingente que bloquea los avances
en temas de género y salud reproductiva.
Por otro lado, una veta positiva: el
anclaje de los pentecostales en los territorios en que se constituye la
problemática social los torna también interlocutores, integrantes,
compañeros de ruta de los movimientos ligados a la economía informal. En
estos movimientos hay un modelo de diálogo posible y productivo con los
evangélicos en función de propuestas democráticas e integradoras.
Finalmente: todo esto puede fallar
porque de imponderables y de cambios espasmódicos está hecha la historia
y el tifón socioeconómico que se avecina puede deslegitimar por entero a
la clase política y no se sabe quiénes podrán encarnar una especie de
garantía. En ese caso los evangélicos y muchos otros que no lo son
podrán participar de las más variadas, autoritarias e incluso
extravagantes tentativas de regeneración. Oremos.
—-
Nota:
[1] A la idea de sólo por medio de la
Sagrada Escritura el Protestantismo añade las ideas de sólo por la fe,
sólo por la gracia, sólo a través de Cristo y sólo para la gloria de
Dios que tiene las consecuencias de despejar de mediaciones la relación
entre los sujetos y la divinidad.
Revista Anfibia.
publicado por: http://cctt.cl/2018/10/26/america-latina-por-quienes-votan-los-evangelicos/
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