EL PARTIDO REVOLUCIONARIO CHILENO: EL REFERENTE QUE NO CUAJA – N°1
Como parte del Comité Editorial,
durante los siguientes días publicaremos una serie de documentos que se
encontraban “perdidos en el tiempo”, pero que creemos son necesarios en
la actual coyuntura. Pensamos firmemente que la única forma de avanzar
es discutiendo y debatiendo para seguir fortaleciéndonos.
En el último tiempo, producto del avance
de las luchas populares, la descomposición política y las grandes
crisis que han debido atravesar las organizaciones políticas de
distintos sectores ya sea por el tensionamiento que ha venido ejerciendo
la lucha de clases, sus mismos errores y concepciones del viejo tipo,
se han visto cuestionadas las formas de organización, pero sin un debate
en profundidad, a nivel político, táctico y estratégico que logre
plantear preguntas ni respuestas, pero ante todo un accionar concreto
para el periodo en el que nos encontramos.
Muchos hablan del debate estratégico,
pero olvidan que la estrategia se materializa en la táctica, es decir,
la táctica es la intervención concreta en la lucha de clases. Es por
esto, que durante estos días republicaremos los textos “El partido revolucionario chileno: el referente que no cuaja”
de Guillermo Rodríguez (ex jefe de las milicias de la resistencia del
MIR) y actual militante de Trabajadores/as al Poder (TP).
Estos documentos que fueron publicados en
2011, producto de constantes reflexiones sobre el pasado, tuvieron y
siguen teniendo total vigencia en la lucha de clases que se desarrolla
en nuestro país.
Repetimos, el fin de estos documentos son
abrir el debate y si alguno o alguna desea replicar a estas
publicaciones, las paginas de Diario Venceremos están abiertas.
EL PARTIDO REVOLUCIONARIO CHILENO: EL REFERENTE QUE NO CUAJA – N°1
El siguiente documento fue publicado originalmente el año 2011 en: http://almanaquenegro2.blogspot.com
Autor: ALMA NEGRA – Guillermo Rodríguez.
La dispersión, fragmentación y
atomización de la izquierda revolucionaria chilena es un hecho conocido y
presente en cada análisis político, llamamiento o propuesta que surge
del sector. No existe colectivo, organización, proto- organización,
partido o piños que no reconozca el hecho, y que a continuación no se
pronuncie “por la necesaria unidad de los revolucionarios”. Los intentos
de avanzar en esta línea, desarrollados desde diversas vertientes
políticas desde fines de los años 80`en adelante son incontables. Tanto
como los fracasos. Coordinaciones, Comités de Unidad, Frentes, Partidos
Federados, Bloques, y otras herramientas similares se han generado
logrando efímeros acuerdos que se disuelven a poco andar.
Quienes fuimos alguna vez militantes del
MIR y hoy participamos de otras organizaciones, reflejamos y resumimos
la dispersión que no es distinta a la situación de quienes fueron
militantes del FPMR, de sectores consecuentes que alguna vez militaron
en el PC, o la de los militantes del MAPU Lautaro. Y pongo el ejemplo de
militantes que adhirieron a un Programa de Revolución Proletaria, a una
Estrategia de Guerra Popular, a una concepción de Partido de Cuadros.
Baste decir que hoy existen ex miristas en el PPD, en el PS, y en
numerosas organizaciones de la llamada “izquierda extraparlamentaria”,
izquierda “desconfiada” o similares, amén de partidos que se reclaman
continuadores del MIR. Tampoco es diferente las experiencias militantes
de quienes fundaron en los años 90´ nuevas organizaciones políticas que
tampoco lograron superar la dispersión, manteniéndose algunas de ellas
tras fracturas y quiebres que a su vez dan nacimiento a nuevos
agrupamientos.
En principio, nadie duda teóricamente de
la necesidad de la unidad. Incluso del recurso leninista de marchar
separados, pero golpear juntos. Y sin embargo ni eso logramos. Ni
siquiera avanzar entre organizaciones que sustentas principios
similares.
En los últimos meses hemos asistido a
nuevos procesos de quiebres y reagrupamientos, algunos de ellos
debatidos agresivamente hasta en Internet, tanto como los Congresos
unitarios o nuevas coordinaciones que ya sabemos duraran algunos meses
para desplomarse una vez más. Las características de estas
organizaciones son su escasa o nula relación con fuerzas sociales
reales, sostener principios y criterios políticos muy generales, escasa
capacidad para realizar análisis de la formación social y acceder a un
conocimiento más certero de las fuerzas sociales , y una práctica
localista ligada al asistencialismo, a la lucha reivindicativa que no
logra politizarse, y en general con un tipo de militante más agitador y
propagandista que constructor de fuerzas y al privilegio de una práctica
política que apunta más al acuerdo político cupular, a la maniobra, que
al proceso de debate y construcción real de fuerzas conscientes, que en
definitiva está más preocupada de ganar un puesto en una federación,
centro cultural u organización social a que la organización concreta
asuma “la política revolucionaria”. Mas ruidos y fuegos artificiales que
fuerzas reales construidas.
Los puntos de contradicciones entre las
organizaciones, no son distintos a los temas que sacuden a la izquierda a
escala internacional, y que en muchos casos son debates y
contradicciones que se arrastran desde la aparición del marxismo y el
Manifiesto del Partido Comunista, conflictos agravados tras el desplome
de los llamados socialismos reales, las derrotas a escala mundial del
ascenso revolucionario de los años 60 y 70, y la contrarrevolución
mundial desatada por las fuerzas imperialistas y burguesías locales
extendida hasta el día de hoy con episodios de resistencias locales y
reinstalación de proyectos reformistas particularmente en América latina
bajo la caratula de “Socialismo del siglo XXI”.
Los temas en debate son muchos: Reforma o
revolución; proyectos nacionales o ser parte desde un proyecto o
corriente a escala internacional; parlamentarismo o acumulación de
fuerzas fuera y en contradicción con el escenario político legal; lucha
reivindicativa o lucha política, lucha reivindicativa o asistencialismo,
lucha legal o todas las formas de lucha, lucha armada como centro,
lucha política como centro, lucha reivindicativa como centro. Estrategia
de lucha por el poder de tipo insurreccional, estrategia
parlamentarista, estrategia de guerra irregular. Desprendiéndose de lo
anterior Partido o Movimiento, Partido de masas o Partido de cuadros.
Centralismo Democrático u horizontalidad. Sin embargo, otros elementos
que están presentes en la incapacidad de avanzar en procesos unitarios o
de convergencia, son las prácticas concretas, las confianzas o
desconfianzas que generan los actores políticos concretos y un mundo de
subjetividades presentes en estos procesos.
Desde este blog nos proponemos ir
abordando el tema de la unidad de los revolucionarios en diversos
artículos, y nos parece que el texto de Reinaldo Troncoso, del MCR
publicado por Rebelión el año 2008 sigue siendo en lo sustancial, un
buen punto de partida en el debate.
El cinismo, la mentira y la izquierda revolucionaria en Chile
A los hermanos de ruta, a los compañeros
de historia, a mis camaradas: a los revolucionarios. Hace ya mucho que
la izquierda y los revolucionarios fuimos derrotados por nuestros
enemigos de clase. Y hace ya tiempo también, que la izquierda y los
revolucionarios nos empeñamos por superar esta derrota e iniciar
nuevamente un proceso de reconstrucción orgánica, de rearme ideológico y
de recomposición moral. En función de esta necesidad histórica, nos
servimos de la experiencia y del legado moral que las generaciones
anteriores nos dejaron como lecciones de consecuencia, entrega,
combatividad, heroísmo y compromiso revolucionario. De este pasado
extraemos los valores y principios que sostienen y dan posibilidad de
futuro a nuestra lucha, y desde estos valores, hacemos los esfuerzos por
levantar la estructura que sea la fortaleza de nuestras ideas y de
nuestra práctica de clase. Sin embargo, hace ya mucho también que, los
valores del enemigo se han hecho parte del acervo cultural de gran parte
de esta izquierda y por lo mismo, los empeños que se invierten para
remontar la lucha revolucionaria se retrasan y nuestros objetivos se
vuelven una y otra vez a postergar en el tiempo.
En casi 20 años, hemos ensayado cientos
de fórmulas para salir del atolladero. Están como experiencia, desde los
círculos de estudios y formación, pasando por los colectivos sociales y
políticos, hasta repitiendo más de una vez la idea de los frentes y la
organización de partido. Casi inexcusablemente nos hemos sentido
necesarios y hasta imprescindibles en aquellas dinámicas. Nos parece,
por lo tanto, muy justo, valorar y considerar como un gran y
significativo aporte, cada uno de los esfuerzos realizados en estas casi
dos décadas de subsistencia política.
Parte de los años ochenta, todos los años
noventa y los ya dos tercios recorridos de la primera década de este
nuevo siglo, se pueden caracterizar como un periodo copado de muchos y
variados esfuerzos que en lo fundamental apuntaron a retomar la
iniciativa estratégica, pero, lamentablemente, sobre un escenario vacío
de los principales antagonistas: la clase obrera y el pueblo. Una
pequeña franja de jóvenes acompañados de unos pocos ex militantes,
constituyeron la nueva fuerza de luchadores que enfrentaban como
realidad un modelo económico en crisis, pero funcionando dentro de
estructuras de dominación política ya suficientemente consolidadas;
además de situarse al frente de una clase dominante unida
estratégicamente y con una gran capacidad de administración, que les
hizo posible prolongar hasta hoy las dificultades estructurales del
modelo y su colapso.
Este será el contexto que en primer lugar
hará inoperante la retoma de la iniciativa. El reflujo social y
político, no pulsado con rigor por esta nueva generación, significó
profundizar los niveles de atomización a esta izquierda consecuente y a
los revolucionarios, aislándonos aún más de las mayorías que ya habían
encaminado su rumbo por los senderos del consenso burgués.
LOS CAMINOS HACIA EL PANTANO
Las ofertas culturales del capitalismo
encontraron su terreno fértil en los fenómenos de atomización orgánica,
fragmentación social y dispersión ideológica de los sectores obreros y
populares, incluidos en estos, obviamente, la izquierda y los
revolucionarios. Difícilmente los pequeños grupos que enfrentaban de
manera activa al sistema, podrían mellar con sus acciones al contenido
atrayente del “bienestar” consumista, al afán individualista y a la
alienante competencia dada para complacer el arribismo social que había
inoculado el sistema en cada una de las cabezas “ciudadanas”.
La marcha por el endeudamiento y por el
sobre endeudamiento ya se había iniciado en la década de los setenta y
en los ochenta las tarjetas de crédito lucían brillantes hasta en las
billeteras de muchos militantes de la izquierda anti-sistémica. Las
justificaciones para legitimar tamañas novedades iban y venían del mismo
modo que la Concertación justificaba la interminable “transición” a “la
democracia”.
La nueva fuerza intentaba ser un baluarte
de justicia frente a las mentiras y falsas promesas de los sectores
dominantes, y su rechazo ético al sistema que tenía como contraparte la
moda del pragmatismo político, la convertía en una izquierda marginal y
distanciada de los espacios ocupados por las mayorías que sólo ponían
atención a las ofertas del gran capital financiero internacional.
Difícilmente esta franja de revolucionarios pudo quedar libre de alguna
contaminación ideológica burguesa, sobre todo en las condiciones de
auto- “marginalidad” que asume.
La identidad que se busca rescatar,
definitivamente se altera o se pierde, cuando sin darse cuenta abre
espacio en su seno, a todo un andamiaje conceptual dentro del cual la
idea de diversidad, se constituye en un importante eje de desarrollo
ideológico que la propia clase dominante había elevado como la propuesta
preferente de su consenso inter-burgués. Colocada en una situación de
minoría; sin contar con espacios amplios de gravitación social; sin el
ejercicio del debate al interior de una ausente clase obrera
independiente y activa, crítica y con capacidad de control moral; sin la
oportunidad de confrontar las ideas de cara a los acontecimientos
históricos.
En definitiva, esta izquierda
revolucionaria minoritaria, se enreda y confunde con sus
auto-referencias y sus “verdades propias”, perdiendo así el norte
dialéctico de su dinámica, para finalmente caer cautiva de marxismos sui
generis que han resultado altamente nocivos y hasta
contrarrevolucionarios en sus premisas.
La constatación que se advierte y que
resulta dialéctica en su naturaleza, es que no será posible constituir a
la clase para sí, sin la existencia del instrumento organizador,
educador y conductor de los trabajadores y el pueblo: el Partido
Revolucionario. Así también, no será nunca posible sostener en el tiempo
la naturaleza revolucionaria del Partido de la clase, si no se cuenta
con una Fuerza Social Revolucionaria activa y que desarrolle un
protagonismo transformador en los ámbitos políticos, económicos y
sociales. Esta retroalimentación entre partido y masas será la condición
que allane el proceso de acumulación de fuerzas y les devuelva a las
masas su soberanía y poder político.
Lo que ahora está dado, es una frágil
voluntad por dotar a la experiencia militante de los conocimientos y de
los principios que den consistencia y rigor científico a la tarea de
edificación del polo revolucionario y que sea alternativo en todos los
sentidos al bloque dominante.
Para entendernos, haremos un recorrido
temporal sucinto, a las fases de desarme de la izquierda revolucionaria,
y el cómo hemos caído en el actual momento de descomposición que
arrastramos ya desde hace dos décadas, y que han acentuado la crisis del
campo popular y prolongado en el tiempo el vacío de conducción
revolucionaria.
A fines de los años 80 la crisis de la
izquierda deriva en a lo menos tres situaciones negativas que instalan
una correlación de fuerzas desfavorable para los sectores dominados y
serían las siguientes:
- Capitulación y subordinación de un sector importante de la izquierda al proyecto de la oposición burguesa (Año 86-87).
El Partido Socialista Almeyda, se integra
a la “Alianza Democrática” y arrastra al Partido Comunista a la demanda
de elecciones libres, legitimando con ello el itinerario político
diseñado por el Departamento de Estado Norteamericano para el término de
la dictadura y que llamaron “Acuerdo Nacional”. El Partido
Socialista, el Partido Comunista y el equipo de Alianzas del MIR,
deciden cancelar la experiencia del Movimiento Democrático Popular (MDP).
En el intento de posibilitar un acuerdo político con la “Alianza
Democrática” (Mesa Política Privada), deciden el impulso de “Las Mesas
de Concertación” sustituyendo con ello a “Las Coordinadoras de Masas”
que tenían un carácter más ofensivo y rupturista que expresaban un
protagonismo más directo de los sectores sociales. Se abandona al nivel
cupular, la lucha democrática independiente y se reflotan en el PC y PS
las viejas concepciones reformistas, estimulando a los sectores sociales
a que se subordinen a la táctica burguesa opositora que levantó como
referente central un organismo cupular que llamaron “La Asamblea de la
Civilidad”, instrumento que asume como tarea, encabezar las
negociaciones con el instrumento pro-gobierno, “El Acuerdo Nacional”.
Como resultado del abandono de la
lucha popular independiente, se comienzan a manifestar fisuras en la
izquierda y en los sectores revolucionarios. Este proceso
deriva en una crisis generalizada que termina produciendo la división de
los partidos cuya expresión se traduce en la generación de un polo
reformista y otro revolucionario. El reformismo se realinea sumando
además en esta iniciativa a la militancia escindida de los sectores
revolucionarios. En el intento de disputarle la influencia a la
oposición burguesa, constituye para la ocasión el partido electoral
PAIS, que representó el absoluto divorcio con los objetivos históricos
de la izquierda e incluso con los objetivos de clase del reformismo
obrero de antaño. Son entonces, las profundas debilidades de los
revolucionarios y las explícitas posturas capitulacionistas y
conciliadoras del reformismo de izquierda, los que posibilitan la
derrota ideológica de los sectores obreros y populares, que se sumará a
la ya consumada derrota político-militar de la franja revolucionaria.
El reflujo comenzado a mitad del año 1986 (año decisivo) y
el aborto de la táctica del “Alzamiento Democrático de Masas” y la
consiguiente frustración que significó para los sectores más avanzados
en conciencia, devino en un fuerte y negativo impacto moral para la
resistencia obrera y popular. El importante, significativo y provechoso
estado de cohesión ideológico que se había logrado a lo largo del
proceso de acumulación de fuerzas en el desarrollo de la lucha anti
dictatorial, se eclipsa de modo abrupto y comienzan a operar con
respecto a las condiciones objetivas, formas de ver y entender los
hechos que difieren radicalmente de los análisis marxistas de la
realidad; por lo tanto, se pierde la visión científica acerca de los
acontecimientos. Las lecturas de la realidad, comienzan a tener en el
seno de la propia izquierda revolucionaria un sesgo unilateral y
absolutamente relativo, lo cual dio para que algunos intelectuales y
líderes se rindiesen acríticamente al proyecto burgués opositor a la
dictadura. Tales ejercicios intelectuales que van incidiendo en la
experiencia práctica de los militantes, determinan el fortalecimiento de
la renovación socialista, que en algún momento se batió en retirada,
pero que dada esta crisis irrumpe con nuevos bríos, hermanada a sus
nuevos camaradas ideológicos: los miristas y comunistas renegados. Sin
constituir estos sectores un bloque único, se identifican con el
discurso de ir valorando al interior del campo obrero y popular la
democracia burguesa, y arriban a entenderla como un sistema justo,
neutral y sin apellido de clase, legitimándola como opción política. La
atomización se extiende como fenómeno político y social y la dispersión
ideológica va dividiendo y subdividiendo a los revolucionarios, haciendo
que en los pequeños grupos “el tuerto en el país de los ciegos se
convierta en rey”.
- Fukuyama y el posmodernismo se perfilan como la moda intelectual de los 90.
Con el derrumbe del socialismo real,
muchos de los pensadores de la izquierda ya centrista o ya reformista
involucionan, comienzan a confesar culpas y reniegan de sus principios
para compartir la misma mesa con el enemigo de ayer. Por su parte, en el
campo revolucionario las visiones autonomistas y el caudillismo
empiezan a erosionar los cimientos valóricos; al punto de convertir
muchas experiencias orgánicas en los “laboratorios de experimentación”
de los complejos psicológicos de militantes seducidos por los afanes de
figuración personal.
Por esto y justa razón, se entendió el
surgimiento de los colectivos como la forma más genuina de la crisis y
derrota de la izquierda y los revolucionarios. Esta forma de
organización representó el estado concreto de la atomización en el que
había caído de manera lamentable la izquierda reformista como
revolucionaria. En los colectivos, que aparentaban las maneras
democráticas con su horizontalismo a ultranza, es en donde más patente
quedó el profundo grado de distanciamiento y divorcio de la izquierda
con las grandes mayorías.
En los colectivos, la izquierda y los
revolucionarios nos mentíamos un papel de vanguardia y liderazgo que no
poseíamos y que engañosamente nos iba ovillando hasta hacernos mirar
nuestro propio ombligo. Los nuevos dirigentes y líderes, particularmente
los elementos más jóvenes, desarrollan su rol y responsabilidad con un
déficit significativo de preparación teórica; es más, muchos de ellos
asumen la cruzada de descalificar todo esfuerzo que tienda a explicar
los hechos desde una plataforma analítica.
La soberbia y arrogancia caracterizaron
en muchos espacios de encuentro de la izquierda, la conducta y actitud
política de los militantes organizados en colectivos. El desprecio y
rechazo a los militantes que intentaron una postura de evaluación
intelectual de lo coyuntural, fue una conducta recurrente. El intento de
análisis simplemente fue tratado como un ejercicio inútil, “pajero” y
denso frente a opciones de naturaleza voluntaristas, espontaneistas y
que sus actores reivindicaron como lo único válido, en tanto se trataba
de una práctica de enfrentamiento directo con los aparatos represivos en
la lucha callejera.
- LUCHAR, LUCHAR, PERO SIN OBJETIVOS CLAROS
Lo anti sistémico, sintetizó el
voluntarismo colectivista de casi dos décadas. A finales de los 80 y
toda la década del 90, al margen de todo análisis e indiferentes de
donde estaba situada la mayoría, se yerguen en la escena política
nacional cientos de átomos políticos y sociales que pretendieron dar
cuenta de los antagonismos de clase, paradójicamente soslayando el
sentido y análisis de clases de tales enfrentamientos. Sin duda que el
marco de fondo apuntaba a las falsas promesas, al populismo y demagogia
de la clase dominante, que rápidamente había homogenizado sus intereses y
que ya caminaban orientados por el “Consenso de Washington”.
El radicalismo de la nueva generación no
hilaba ni pretendía hilar fino. Para estos actores políticos y sociales,
todo olía a podredumbre y lo único que restaba era la acción directa de
masas, aunque sin masas. La consigna que reflejaba este ánimo la
construyeron el año 96 los estudiantes universitarios de la USACH: “Si
las calles arden es porque aquí no ha cambiado nada”. Sin embargo,
siendo razonable lo que esta consigna resumía, lo que no se entendía a
nuestro juicio, era la relación dialéctica y directa entre la derrota y
la superestructura ideológica del régimen, erigido para conducir la
nueva etapa del Estado burgués.
En este sentido, el nuevo liderazgo
revolucionario pierde de vista al Estado como el instrumento desde el
cual la burguesía proyecta su dominación en el terreno de las ideas y lo
ven como un factor pasivo que no produce ni concentra la dominación. De
ahí que no se sienta la urgencia ni la obligación de elaborar un
programa que represente una concepción integral de sociedad y que nutra
teóricamente las aspiraciones populares del momento.
Respecto de posturas como estas Lenin nos
dice que: “La lucha por arrancar a las masas trabajadoras de la
influencia de la burguesía en general y de la burguesía imperialista en
particular, es imposible sin una lucha contra los prejuicios
oportunistas relativos al ´Estado´” (Lenin, 1975, pág. 2).
Es bueno señalar que el contexto de las
postrimerías de los 90, se muestra como la etapa de mayor dispersión
ideológica en el seno de la izquierda y los revolucionarios. En este
tiempo, en muchos colectivos comienza a cobrar fuerza la crítica al
partidismo, se reivindica como más legítima la militancia social y de
manera progresiva se va instalando una suerte de gremialismo de
izquierda que; establece una dicotomía entre lo social y lo político e
irrumpe con el discurso del autonomismo social y la idea de diversidad
como negación a la homogeneidad de clase.
El nuevo liderazgo comete el error de ver
y sentir como enemigo a las políticas (las agendas), a los planes
coyunturales, a las medidas temporales que toma la burguesía para
resolver sus problemas y proyectar sus intereses. No logra ver el
conjunto de factores que intervienen en la lucha de clases y que
configuran en la historia el reflejo estratégico de su poder e
intereses. De ahí el carácter cortoplacista que tuvo todo el accionar de
la izquierda y los revolucionarios a finales de los 90, justamente
porque no estaba entendido el rol del Estado aún en condiciones de
democracia burguesa formal. Lenin nos recuerda desde el marxismo que:”
EI Estado es el producto y la manifestación del carácter irreconciliable
de las contradicciones de clase. El Estado surge en el sitio, en el
momento y en el grado en que las contradicciones de clase no pueden,
objetivamente, conciliarse. Y viceversa: la existencia del Estado
demuestra que las contradicciones de clase son irreconciliables” (Lenin,
1975, pág. 7) .
La verdad es que, en esta década, se
instaló un negativo fenómeno que convirtió los espacios políticos y
sociales en terrenos tremendamente áridos para el desarrollo del debate y
la discusión con la altura de miras que se precisaba para momentos tan
adversos y complicados, lo que conformó la etapa más característica del
reflujo de la clase.
A mitad de los 90, se va configurando un
estado de miseria intelectual que nos permitiría hablar del comienzo de
un analfabetismo cultural, situación que precisamente pone la ciencia a
larga distancia de la práctica política y social. La inteligencia es
exiliada institucionalmente de las universidades y de aquellos espacios
que la hicieron en un momento su hija predilecta y legítima; como eran
los medios de comunicación social y las tribunas de los centros de
estudios e investigaciones, de paso se le niega hospedaje en los
sindicatos y en las organizaciones populares. En este periodo, la
inteligencia no contó en el mundo obrero con aliados, como si los tuvo
en los comienzos del siglo XX con Luís Emilio Recabarren, Elías Lafferte
y tantos excelentes autodidactas del campo de los oprimidos, que la
cultivaron y le dieron un lugar privilegiado en la marcha de los
humildes hacia el saber y en la conformación de la conciencia de clase.
Mientras la mayoría de los viejos
militantes se divorciaba de su matriz teórica para incursionar en muchos
casos en terrenos idealistas, los jóvenes de los activos políticos,
también en su mayoría despreciaban el intelecto y combatían en el
ejercicio político la necesidad de estudiar, reflexionar y debatir a la
luz de grandes ideas. Hacer el intento por sistematizar los recorridos
históricos, sintetizar la experiencia o analizar el básico estado de las
relaciones sociales, era necesariamente un enfrentamiento aparentemente
generacional porque, este intento a favor del pensamiento y del
desarrollo del pensamiento, era insultado como anacrónico, como
desfasado o simple y vulgarmente tratado de “paja mental” por gente que
supuestamente nos quedamos en el pasado.
Al abrigo de estas circunstancias, los
viejos y los nuevos militantes participamos e hicimos nuestras
experiencias, y cada uno llevó la impronta de estos prejuicios y las
distorsiones de querer avanzar sin la referencia teórica que nos
posibilitara orientar y ordenar nuestra marcha como explotados y
oprimidos del capitalismo.
En algún momento se asumió una suerte de
acuerdo tácito, que en los espacios de discusión soslayaba
recurrentemente los temas estratégicos, argumentándose que estos no nos
acercaban y que por el contrario eran causa de división y retraso en la
unidad. Esta posición que compartían muchos colectivos, cada día que
pasaba era desmentida como una falsa postura y quedó demostrado que a la
postre, tales argumentaciones, no fueron más que la gran justificación y
el gran pretexto que utilizaron los caudillos para mantener a toda
costa sus pequeñas propiedades o capillas político-ideológicas. Tarde
nos dimos cuenta que la omisión de los grandes temas de fondo o
estratégicos, nos condenaba a una eterna postergación del proceso de
reconstrucción orgánico, el rearme teórico y el desarrollo de la
conciencia de clase. Obviamente, censurada esta discusión, los
diferentes colectivos y/o pequeños partidos de la izquierda y los
revolucionarios, nos estábamos negando la incorporación en el debate y
la discusión de toda la base científica desde la cual podía edificarse
nuestra concepción del mundo y de la historia.
Mientras el enemigo consolidaba sus
formas de dominación, inyectando en cada tramo de sus aplicaciones
prácticas la mayor cantidad de elementos “científicos”, aun cuando tales
premisas se correspondiesen con las corrientes teóricas más
unilaterales en la forma de explicarse los fenómenos de la realidad: Aun
cuando, los modelos epistemológicos no superaran las nociones del
empirismo, el sensorialismo y toda suerte de familiaridad argumentativa
con el neo-positivismo. La clase dominante fue capaz de imponernos un
“Consenso de Washington” que volvía a poner de pie los esquemas
conservadores de la propiedad privada de los medios de producción, esta
vez, sobre la base de una consistente revolución tecnológica de la
cibernética y la informática, avances extraordinarios con los cuales se
respalda toda la dinámica financiera y especulativa del gran capital
imperialista.
Así, las pequeñas y grandes batallas del
capital financiero internacional por una holgada hegemonía en el
planeta, contó a cada momento, de una gran asistencia técnica e
intelectual que hizo su juego seguro y exitoso. En estos casos, el ítem
“asesoría” no pudo estar ausente de ningún presupuesto que pretendiera
el financiamiento de cualquier estrategia de poder. De este modo, la
clase dominante cubre todos sus espacios de planificación, con grandes y
afiatados equipos de tecnócratas que a su vez se constituyen en sus
representantes políticos. Al revés, en el campo popular, los actores
orgánicos, desmerecían la labor de los intelectuales y asumían la lucha
callejera como el único resorte de reconstrucción posible.
CUANDO LA RAZÓN NO NOS ASISTE
La década de los 90, que pudo ser un
periodo de aprendizaje de lecciones históricas, un momento de
autocrítica y de corrección de los métodos de construcción, un momento
de análisis y profundización teórica; lamentablemente se convierte en
una etapa de auto desarme, de divisiones y subdivisiones, de
fragmentación social y de dispersión en el plano de las ideas. Pero
también, se convirtió para las nuevas generaciones de activos políticos y
sociales, en un momento de ruptura con todo aquello que les pareciera
causa de la derrota.
Los militantes de los 60 y de los 70 no
fuimos capaces –según ellos- de tomar el cielo por asalto y heredarles
una sociedad nueva en la cual volcar todo su ímpetu imaginativo y
creativo y el gran reproche que se instala, es que fuimos demasiados
intelectuales y poco prácticos en el terreno de la lucha por el poder.
Que particularmente los partidos de la izquierda revolucionaria,
gastamos demasiado tiempo y energía en elaborados diagnósticos; pero,
nos hicimos incapaces e impotentes para imponer revolucionariamente el
remedio que nuestras sociedades necesitaban.
La nueva hornada de jóvenes
izquierdistas, ponen en entredicho, no sólo los métodos de lucha, no
sólo el modelo orgánico, sino algo mucho más importante: la teoría
revolucionaria. En razón de estos cuestionamientos, se abren grandes
flancos de crítica al marxismo, particularmente a lo que se supone,
sería su variable estalinista.
Es aquí donde el posmodernismo arremete
con sus juicios escepticistas y poniendo el acento en la derrota, logra
legitimar y justificar las visiones del radicalismo pequeño-burgués que
posibilita el desarrollo de expresiones orgánicas seudo-anarquistas, que
extrañamente conocen poco de Max Stimer, Proudhom, Bakunin, Malatesta,
Kropotkin.
Esta generación expresaba aversión al
ejercicio intelectual, por lo mismo construyen sus argumentaciones con
lecturas fragmentarias y desarrollan clichés sub-culturales que se
asientan fundamentalmente en la irreverencia como conducta o
comportamiento social. Junto con el advenimiento de la Concertación como
coalición de gobierno, el terreno de la izquierda y los
revolucionarios, por los varios factores que ya hemos señalado en esta
reflexión, como ya lo dijimos, se muestra como un espacio árido.
Con una clase obrera y con amplias capas
populares inmersas en un reflujo social y político profundo, atentos
sólo a los cantos de sirena de la clase dominante. La vieja y nueva
militancia queda reducida a pequeñas organizaciones, que más se asemejan
a las estructuras de círculos de discusión política en tiempos de
derrota.
Es en estos espacios donde comienzan a
cultivarse las desviaciones ideológicas, las trancas morales y los
prejuicios que hacen crecer la desconfianza hacia uno u otro colectivo
que se entienda como el rival o competidor, dentro de un falso proceso
de acumulación de fuerzas que, precisamente por su naturaleza falaz, no
convierte a ninguna de las orgánicas en la vanguardia revolucionaria que
pretenden ser.
Desde entonces a esta parte, la
experiencia de la izquierda revolucionaria ha sido un permanente ciclo
de encuentros y desencuentros, fusiones y divisiones que validan y
confirman una y otra vez la egolatría y el personalismo enfermizo de los
caudillos o “patrones de fundo” de las pequeñas capillas ideológicas.
Ellos se nutren de las descalificaciones, de las injurias y vilipendios
que lanzan contra aquellos militantes que les “roban protagonismo” o que
demuestran ser más consecuentes, más capaces y más ejecutivos que ellos
en la realización de las tareas revolucionarias.
Estos caudillos que han surgido bajo el
amparo de las debilidades de la izquierda y los revolucionarios, bajo la
atmósfera de mediocridad que despliega la decadencia valórica del
capitalismo, ellos y sus acólitos no sólo han retrasado los procesos de
reconstrucción orgánica, de unidad estratégica de los revolucionarios,
sino que peor aún, premeditadamente se han propuesto enturbiar los
vínculos básicos de relaciones y acuerdos, desde los cuales se pueden
trabajar las confianzas políticas para avanzar hacia propósitos de
acumulación y crecimiento de la influencia de los revolucionarios en el
seno del pueblo.
Es mucho ya el tiempo y son muchos los
años en que han operado como si fuesen una quinta columna del enemigo.
Muchas veces su conducta política ha resultado mucho más dañina que las
tareas de sapa de los agentes del enemigo, y siguen en nuestras filas
sin que ninguno, hasta hoy, hayamos tenido la capacidad de
neutralizarlos o derechamente expulsarlos de las filas revolucionarias.
NO ECHAR LA CULPA AL EMPEDRADO
Hoy nos hacemos testigos de la
reactivación social de algunos sectores de trabajadores y de algunos
sectores del pueblo. Son sin duda, aquellos sectores que más
contradicciones tienen con el modelo, y la lucha que han emprendido es
una lucha valiosa, importante, pero de naturaleza economicista. De
ninguno de los enfrentamientos dados, podemos rescatar un trasfondo
político que cuestione los pilares de sustento del modelo y que serían
el origen de los problemas por los cuales se movilizan. Aun cuando,
algunas orgánicas políticas quieran ver en estas expresiones de protesta
y descontento, un giro en las condiciones subjetivas y declarar que la
lucha reivindicativa actual, se acompaña de un avance en la conciencia
de clase de estos actores sociales, y que nos encontramos a las puertas
de un nuevo periodo de la lucha de clases, pensamos hay una gran
equivocación.
Si bien estas dinámicas tienen niveles
satisfactorios de organización y cuentan con liderazgo social, no es
menos cierto que, tanto la organización como su liderazgo, manifiestan
como contenido una demanda social de carácter sectorial, que
precisamente, no asume el conjunto de problemas económicos, sociales y
políticos que, de ser tomados en cuenta, daría lugar a una plataforma
más integral de lucha democrático-popular, y que reflejaría, por lo
tanto, un estadio mucho más elevado de conciencia.
Frente a estos embrionarios niveles de
reactivación social, está presente otra realidad, pero que se plantea
desde su ángulo negativo: el vacío de conducción revolucionaria. Si bien
el enemigo de clase cumple con su cuota de causal en esta situación de
debilidad y dispersión de los revolucionarios, también es real que otras
causas y otros factores que condicionan la existencia de una dirección
revolucionaria, se encuentran en nuestras propias filas.
En este sentido, es bueno agudizar el
sentido político y darnos cuenta que en nuestras propias organizaciones
puede estar solapadamente presente el reformismo obrero o
pequeño–burgués; puede estar el defensismo de izquierda, cuyas posturas
centristas, se enuncian al interior de las organizaciones con postulados
vacilantes que postergan permanentemente las tareas revolucionarias, so
pretexto de que las condiciones objetivas nunca están maduras para la
intervención de los revolucionarios; y el radicalismo pequeño-burgués
que a diferencia de los defensistas, proclaman coyunturalmente posturas
ofensivas y radicales, pero que están carentes de finalidades
programáticas y objetivos estratégicos.
En esta última concepción, nos
encontramos con los elementos más perniciosos en cuanto a las
desviaciones ideológicas que se manifiestan en nuestras filas. El
radicalismo pequeño burgués suele ser por razones de extracción social,
una tendencia de características negativa y peligrosa en la organización
revolucionaria, por su afán de poder y de control de la estructura
orgánica y en razón de una auto-percepción mesiánica, que pone en duda
la capacidad teórica y política de conducción de aquellos militantes que
no participan de su camarilla y de su política de pequeño círculo al
interior de la organización revolucionaria; legitimando de este modo y
en los hechos el fraccionalismo y la conducta tendenciosa solapada,
encubierta, y que atenta permanentemente contra el Centralismo
Democrático.
Despliegan desde el pequeño grupo la
actitud insidiosa contra cualquier militante que anule o ponga en
peligro su influencia, y mediante artimañas como la mentira y el
descrédito de sus “rivales” u oponentes, imponerse en su condición de
minoría oportunista y con toda la carencia de moral revolucionaria que
los caracteriza.
Podemos decir por ello, que la etapa de
descomposición en las filas revolucionarias, no ha llegado aún al fondo,
y que todavía tenemos que andar un importante trecho de avances y
reveses, hasta que no nos hagamos capaces de decantar, toda la escoria
que la tamaña crisis vivida nos ha adosado al cuerpo orgánico-político.
Lenin también nos alecciona, cuando en la crisis del Partido Obrero
Socialdemócrata Ruso, debió enfrentar las posiciones solapadas y
engañosas de Martov y desenmascarar el discurso aparentemente
revolucionario de una minoría, que de manera oportunista y falsa se
apartaba de los principios y de la práctica revolucionaria, intentando
dar una y otra vez golpes arteros a la disciplina, a la democracia
interna y a la moral de la militancia revolucionaria.
Lenin, les dijo con franqueza y
acompañado de su temple teórico, que los vacilantes, que los cobardes,
que los oportunistas, podían si así lo deseaban, caminar hacia el
pantano, pero que soltaran las manos de los militantes honestos y se
fuesen solos a las trincheras de la contrarrevolución. Y así fue, Martov
y su camarilla terminaron como (mencheviques) minoría engrosando las
filas de los enemigos del proletariado. Podemos decir entonces, que la
historia vuelve a dejarnos lecciones, que lo que ahora nos toca vivir,
como una lamentable etapa de descomposición política y moral de algunos
segmentos de la izquierda y los revolucionarios, se establece como una
relación dialéctica de situaciones en la que el enfrentamiento de clases
y no otro fenómeno, explica las causas y los efectos de la derrota
obrera y popular, explica las necesidades y casualidades en el proceso
de acumulación, aquilatamiento y finalmente desplome de la fuerza social
revolucionaria, es decir, la lucha de clases explica todo el balance
posible de un prolongado proceso de construcción político, social e
ideológico y el carácter histórico de los enfrentamientos así como el
revés objetivo de los sectores dominados traducidos en bajas de sus
dirigentes y cuadros, por lo tanto, la lucha de clases explica también
el descabezamiento de toda su fuerza.
Pero también, poniendo atención a las
contradicciones históricas, podemos integrar al análisis otra categoría
de la dialéctica materialista: la relación contenido-forma, para poder
explicarnos que, toda crisis y toda derrota, es el resultado provisional
de la puesta a prueba de todo lo que táctica y estratégicamente se
concibió como el movimiento histórico de los explotados, y en un periodo
determinado de tiempo de la lucha de clases.
Si es que hubo análisis y análisis
riguroso, como amerita y exige una derrota, sea esta de orden táctico o
estratégico; es bueno preguntarse ¿qué elementos de la ofensiva
contrarrevolucionaria integró el balance? Hay que preguntar ¿qué
elementos del alza (periodo-UP) y posterior reflujo de las masas fue
considerado en el análisis? ¿Qué elementos de la reorganización y de la
etapa de resistencia (periodo-post-golpe) fue tomado en cuenta en la
reflexión? ¿Cómo se asume y que características concretas tuvo el relevo
(periodo de instauración del Modelo Económico) de los dirigentes y
cuadros presos, desaparecidos y muertos, en el proceso de reconstrucción
y rearme de la izquierda y los revolucionarios? ¿Quiénes y cómo asumen y
se asumen las tareas de conducción del nuevo periodo? ¿Qué capacidades y
qué herramientas se utilizaron para definir la dirección revolucionaria
del enfrentamiento? Cómo respondemos al hecho de que, durante dos
décadas, la crisis, lejos de resolverse se haya profundizado, y que
producto de esta profundización se haya mantenido por ya tanto tiempo el
reflujo de los sectores obreros y populares y que la derrota lejos de
superarse se haya convertido en descomposición moral y desarme
orgánico-político.
No es en absoluto malo, poseer, aunque
sea una pequeña dosis de humildad, para reconocer, que nos ha faltado
capacidad en muchos terrenos, capacidad y habilidad para estar a la
altura del desafió revolucionario de acompañar a los sectores obreros y
populares en este periodo de derrota y reflujo, contar con una visión
certera, con una propuesta de trabajo clara, lúcida, poseer un empeño
enérgico y estimulador de la voluntad social y política. Reconocer con
honradez, que desde el punto vista teórico y práctico hemos estado a
kilómetros de distancia de la contextura política y moral de nuestros
héroes, aquellos camaradas caídos en la lucha y a los cuales decimos
seguir en su ejemplo de coherencia revolucionaria.
En periodos de costos políticos y
sociales enormes para la clase, no se puede mirar la paja en el ojo
ajeno sin ver la viga que hay en el propio, hacerlo es caer en una
vergonzosa actitud oportunista que no nos ayuda a avanzar siquiera un
paso. El reformismo pequeño burgués que se posicionó en la dirigencia de
la izquierda, lo mismo que el radicalismo pequeño-burgués,
establecieron sus opciones frente al capitalismo, hacen sus propias
rutas, caminos zigzagueantes y decisiones de conciliación que traicionan
y confunden los rumbos de los trabajadores y los sectores populares.
Allá ellos, pero los revolucionarios no
podemos transformarlos en los objetos de nuestra política, nuestros
destinatarios siempre son y deben ser los explotados y oprimidos, estén
estos influenciados por las corrientes ideológicas que sean, nuestra
misión es convencerlos y ganarlos para las filas de la revolución
social. Tenemos demasiado que hacer y en condiciones de tanta debilidad y
frente a tanta adversidad, que no podemos ni debemos distraernos ni
desgastarnos políticamente con los amigos del pantano. Hay que girar la
cabeza, dirigir la mirada hacia las masas y exhortarlas a levantarse, a
ponerse de pie e iniciar el camino de la lucha.
A pesar de la crisis del sistema, los
cambios revolucionarios no están a la vuelta de la esquina. Muy por el
contrario, con la enorme maquinaria publicitaria del capitalismo,
nuestra tarea de reconstrucción, en las actuales condiciones de
dispersión, se reduce enormemente y nos hace avanzar con gran
dificultad.
Hasta ahora, hemos desplegado liderazgos
débiles y aislados de los escenarios más dinámicos de la lucha de
clases. Por esta razón, urge que en la conciencia de la militancia
revolucionaria se instale con absoluta lucidez la necesidad científica
de la UNIDAD REVOLUCIONARIA precisamente con un sentido mayúsculo. Si no
se logra comprender que la convergencia comporta una direccionalidad
estratégica en la lucha contra el capital, todo esfuerzo político y
social, por muy consecuente, honesto y dotado del espíritu de sacrificio
que sea, resultará del todo inútil, frente al compacto y granítico
cuadro de la dominación política e ideológica que nos presenta la gran
burguesía y el imperialismo.
Esta necesidad científica, clasista y
revolucionaria; no la ven, no la requieren y no les importa en absoluto a
los caudillos con sus chatos, grises y mezquinos afanes personales. La
tarea es aislarlos de las filas revolucionarias, desenmascararlos y
dejar en evidencia la naturaleza pequeño-burguesa de su conducta e
impulsar con los cuadros y militantes honestos, el camino de la
verdadera suma de fuerzas que sólo es posible con una cuota grande de
esfuerzo, compromiso, disciplina y un temple moral capaz de hacer frente
a todos las adversidades y desafíos de la lucha revolucionaria contra
el capitalismo.
Estamos en el convencimiento de que es la
hora, de rescatar las herencias de fuego, los legados firmes y macizos
de nuestros héroes y nuevamente levantar con decisión y orgullo las
banderas de la libertad y el Socialismo. “ (Guevara, 1965)”.
Bibliografía
Guevara, E. (1965). El socialismo y el hombre en cuba. Africa.
Lenin, V. I. (1975). El Estado Y La Revolucion. Pekin.
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