Cómo la derecha adquiere y modela la cultura

Cómo la derecha adquiere y modela la cultura

 
Por : Samuel Toro Licenciado en Arte. Doctor en Estudios Interdisciplinarios sobre Pensamiento, Cultura y Sociedad, UV.
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En Chile, la derecha ha ganado terreno por su habilidad para organizar bases y formar alianzas. Las izquierdas socialdemócratas deben aprender de esta constancia y entender que la cultura no es un ornamento ni propaganda, sino un espacio para cambios políticos a largo plazo.


Hoy, la globalización de industrias culturales mantiene viva la interrelación entre cultura y política. Hollywood, por ejemplo, aún ejerce poder blando mediante la exportación de contenidos y valores. En la globalización cultural sobran las películas en cine o streaming que pedagogizan los discursos dominantes, dejando atrás, por ejemplo, espacios públicos o museos. Estrategias culturales de la derecha contemporánea, como resultado del choque ideológico al que se han visto sometidos las poblaciones a partir de los años setenta, dan lugar a esta nueva derecha orientada a medios audiovisuales.

En Europa y Latinoamérica hay fundaciones privadas y redes comunitarias que están conectadas a la derecha política, persiguiendo los mismos objetivos. Por ejemplo, el partido UDI de la derecha chilena, desde la década de los ochenta trabajó, culturalmente, en poblaciones marginales. Su plan era intentar desplazar a una “nueva izquierda”, estableciendo lo que ellos llamaron una coalición de “contrahegemonía” de clase media y popular. En los años ochenta, el partido creó un “Departamento Poblacional” para llevar talleres de fútbol, danza y pintura a las villas, presentándose como la alternativa “eficaz” frente a las ideas marxistas.

El emblemático Campamento Raúl Silva Henríquez (1983) puso en escena un paternalismo de progreso que hoy reaparece en formatos civiles. Los jóvenes dirigentes sienten haber “arraigado” su visión en los barrios más desfavorecidos, convencidos de que la iniciativa privada “salva vidas” más rápido que el Estado. Más recientemente, a escala internacional, personas como Steve Bannon han sido tajantes al afirmar que los movimientos conservadores primero ganarán poder tras banderas culturales (identidad, valores familiares tradicionales, etc.). 

Entonces, la derecha descubrió hace décadas que la cultura es un arma. En Chile, como en otros países, este hallazgo se tradujo en la creación de fundaciones, redes comunitarias y programas culturales destinados a “democratizar el acceso” y, de paso, ganar legitimidad social. Así nació la Fundación Piñera Morel, la cual, en estos momentos, ha hecho pública la distribución de mil millones de pesos en cuarenta proyectos comunitarios para el 2026. Teatros municipales, bibliotecas de barrio y talleres de muralismo emergen bajo el paraguas de este tipo de mecenazgo. En poblaciones como La Legua o La Victoria, clubes deportivos y escuelas de danza reciben recursos y un discurso de progreso que asocia la caridad empresarial con el bienestar colectivo.

Sin embargo, algo muy interesante en todo esto es que ninguna planificación hegemónica controla completamente la experiencia estética. Cuando se financia arte, emergen, tarde o temprano, preguntas sobre memoria, desigualdad o justicia que exceden la planificación ideológica. Las artes, por su “propia naturaleza”, incentivan la reflexión crítica. Esa energía funciona como válvula de escape donde, cuanto más se intenta controlar, más fuerza adquiere la ira disidente, a mediano o largo plazo. Sin embargo, actualmente, las fundaciones derechistas apuestan por festivales regionales y certámenes de arte con discursos de identidad nacional y familia tradicional.

La cultura de resistencia, sin embargo, aún existe, pero carece de una infraestructura comparable. La (pseudo)izquierda, en muchos casos, se ha refugiado en la nostalgia, sin proponer un proyecto cultural renovado sólido que incluya un mecenazgo, o patrocinio, de planificación estratégica. 

Entonces, podemos ver que en Chile, la derecha ha ganado terreno por su capacidad de organizar bases y tejer alianzas desde abajo. Las llamadas izquierdas socialdemócratas deben aprender, de una vez por todas, de esta constancia estratégica y entender que la cultura no es un ornamento ni la bandera de moda propagandística, sino el terreno de los cambios de subjetividad política a largo plazo.

Entendiendo la fuerza histórica de todo esto, podrían responder con sus propias redes comunitarias y fundaciones, no al servicio de proyectos operacionales de campaña, sino de la emancipación colectiva como pulso crítico de cualquier sociedad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador
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  • Extractado de: https://www.elmostrador.cl/noticias/opinion/columnas/2025/07/02/como-la-derecha-adquiere-y-modela-la-cultura/ 

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