FALLECE DOCTORA ALEIDA, INTERNACIONALISTA CHILENA

 FALLECE DOCTORA ALEIDA, INTERNACIONALISTA CHILENA

 

No se imaginaría la poetisa Gabriela Mistral que su ferviente llamado de apoyo al general Sandino en Nicaragua también sería escuchado por jóvenes mujeres chilenas.
 
Los seudónimos de guerra de estas valientes internacionalistas son: Julia, Elena, Ada, Gisela, Mayra, Elda, Oisis, Betty, Doris y Aleida, y están inscritos en la historia combativa del Frente Sur “Benjamín Zeledón”. Todas estas muchachas eran especialistas en aseguramientos médicos militares.
 
Dos de ellas, Mayra y Ada, eran madres cuando emprendieron el viaje a Nicaragua. La primera, dentista de profesión, tenía una niña de dos años y la segunda, cirujana, una hija de apenas un año. No dudaron en cumplir esa misión que les encomendaba en ese momento la revolución cubana. Varias de las otras compañeras eran casadas. Algunos de sus maridos también formaron parte de la tarea internacionalista.
 
La llegada de ellas a la zona de guerra permitió garantizar eficientemente el aseguramiento médico del combate. Fueron distribuidas de acuerdo al plan diseñado directamente en las baterías de artillería, las columnas guerrilleras y en el puesto médico de retaguardia ubicado en Peñas Blancas, en el lado costarricense de la guardarraya fronteriza.
 
La atención a los heridos fue estructurada por ellas de forma escalonada, desde el borde delantero hasta la retaguardia. Julia y Ada quedaron en un primer momento en la atención médica en la retaguardia y en la logística de las baterías de artillería. Julia asumió como jefa y Ada fue la doctora de la batería de artillería de reserva del mando guerrillero. Las restantes compañeras - Elena, Gisela, Mayra, Elda, Oisis, Betty, Doris y Aleida - fueron enviadas directamente al borde delantero de las tropas. Para organizar los servicios médicos, debieron realizar exploraciones y conocer las diferentes sintomatologías presentes en esta modalidad de guerra. Ellas determinaron los tipos de heridos que se podían atender en cada nivel y los que necesariamente se debían evacuar a Costa Rica porque requerían atención imposible de brindar en las condiciones en que se desarrollaban los combates en el Frente Sur.
Estas chilenas recorrían toda la zona de la guerra, se trasladaban a buscar medicamentos desde la retaguardia al borde delantero, evacuaban los heridos y lógicamente debían ser parte de los combates que se producían. Participaban plenamente en las misiones asignadas a sus compañeros de columna o baterías de artillería. Uno las veía a pie, a caballo, o en un vehículo, desplazándose por los territorios. Siempre con su armamento y su bolsito de material médico.
 
Según el comandante nicaragüense Javier Pichardo (“Emilio”), uno de los principales jefes guerrilleros del Frente Sur, después de la llegada de las médicas chilenas no hubo casos de muerte por falta de atención médica, como solía ocurrir anteriormente.
 
Cerca del pueblo de Sapoa me encontré una vez a la doctora Aleida- la recuerdo hoy- atendiendo a unos heridos. Cuando me vio me llamó con el tono imperativo que tiene su voz: “Oye, tú que eres oficial, ven -delante de todos los que estaba en el lugar-, ahí atrás hay un cohete echando humo, ¡desactívalo!”
No me quedó más remedio que hacerle caso para no desairarla y por su voz de su mando. Fui con mucho cuidado a ver el famoso cohete, pidiéndole que retirara a toda la gente que miraban de curiosos. Resultó ser un lanza cohete antitanque chino RPG-2, que abundaban en esa guerrilla. El proyectil estaba pegado al tubo del lanza cohete y ya había sido, al parecer, disparado. Yo conocía estos “palos chinos”, como le llamaban los guerrilleros. De a poco, con un “poquito de nervios”, saqué el proyectil. Yo pensé que Aleida me iba a felicitar por mi acción, pero nada, ni me miró. Indicó que todos volvieran a lo que estaban haciendo. “Estamos en guerra”, dijo. Era su carácter.
 
A las médicas les asignaron una casa para la atención médica en Peñas Blancas, pueblo más fronterizo con Costa Rica, para las tareas de logística de la artillería, y nada más. Cuando llegaron a la guerra, había un solo médico nicaragüense que era visto por los jefes guerrilleros como un “cura heridos”. 
Lograron cambiar esa mentalidad con mucho esfuerzo y transformaron a los servicios médicos como un aseguramiento para evitar al máximo los heridos y muertos.
 
De a poco se fueron consiguiendo unos mapas para anotar los datos de las unidades. Luego se hicieron de un carro de acoplado que terminó siendo un Puesto Médico que colocaron al otro lado de la carretera Panamericana donde se encontraban.
 
Construyeron uno de los mejores refugios ingenieros con la ayuda de otros chilenos, instalaron una cocina, y se pusieron a hacer comida que complementara las raciones frías de alimentos que nos daban, o las únicas que había.
 
En una ocasión los internacionalistas uruguayos les llevaron un costillar de vaca medio descompuesto que encontraron. Igual las doctoras lo cocinaron, alertando a los comensales que tenían pastillas para los efectos posteriores de semejante sopita, una buena diarrea.
 
Eran muy unidas estas muchachas y hasta hoy lo son. Siempre uno podía descubrir algo de comida en su puesto de mando y refugio. Nunca nos negaban un poquito de comida extra, algo tan escaso y controlado en medio de la guerra.
 
Que lo diga Huguito o Joaquín, nuestros compañeros más hambrientos y buenazos en hacer notar que el “rancho” estaba mal calculado y que se debía considerar la masa corporal de los combatientes a la hora de definir las raciones de comida. Daban una serie de argumentos “científicos”, y por cansancio las chiquillas los regaloneaban con raciones extras de comida.
 
Conocida fue la historia del “vopa”, o pavo al revés. No sé cómo ellas se consiguieron un pavo en medio de la guerra. Usaron una clave para compartimentar su futura degustación. Sólo algunos privilegiados sabían que se estaba cocinando, y la palabra clave cuando estuviera listo era “vopa”. Yo sólo escuché la historia.
 
Una vez listo el pavo, tuvieron la mala suerte de que en ese mismo momento comenzó un ataque artillero y la zona donde estaban era el lugar donde caían los proyectiles enemigos. Rápidamente se dio la orden de “a los refugios”. Cuando terminó el ataque enemigo salieron todos del refugio prestos a saborear el pavo y lamentablemente para ellos, sólo encontraron la sopita. Alguien más inteligente se aprovechó del ataque y se robó el pavito. Nunca se supo del famoso “vopa”.
 
En una ocasión, estando en ese mismo puesto de retaguardia, comenzó de nuevo un intenso bombardeo artillero enemigo. Ese distante y seco ruido de la salida de los proyectiles de los cañones y morteros enemigos nos alertaba a todos, preguntándonos: “¿A quién le caerá un proyectil?”. Rápidamente nos metimos en el refugio que ellas tenían construido por los oficiales especialistas en ingeniería militar.
Como siempre, nosotros tratábamos de dar el ejemplo ante los guerrilleros nicaragüenses de que era innecesario exponerse, como muestran falsamente las películas del tipo Rambo norteamericano, pensando de que uno parado al borde de las trinchera resiste y muestra más valor. 
 
Las trincheras son un recurso que se debe usar para proteger a los combatientes y nosotros hicimos un gran esfuerzo para convencer a los guerrilleros sandinistas de que las condiciones de la guerra habían cambiado. Las trincheras nos ayudaban a defender la posición alcanzada. La mantención del territorio liberado, junto con el empantanamiento de las fuerzas enemigas en el Frente Sur, eran parte del éxito estratégico de los sandinistas.
 
En esa ocasión estaba Joaquín, convaleciente de los efectos de una bomba de quinientas libras que estalló cerca de él. Junto con él estaban Julia, Mayra y otras compañeras, y nos metimos al refugio-trinchera a una velocidad relámpago. Los efectos de las bombas eran devastadores y no había que perder tiempo.
El honor, sólo el honor, me hacía esperar que entraran las compañeras primero al refugio. Los pies me temblaban por tirarme yo primero al hueco, pero había que ser caballero. Protegidos en el refugio esperamos a que terminaran de caer los bombazos.
 
Comenzó a llover violentamente y todos apretujados en el refugio esperábamos y esperábamos que no nos cayera nada en la cabeza. Nos mirábamos, hasta que alguien dijo que contáramos historias para matar el tiempo. Mayra me quedó mirando y dijo: “Bueno broder, tú que eres medio político, aprovecha de darnos la orientación política y así no perdemos el tiempo”. 
 
No se sabía cuánto tiempo podía durar esa encerrona en el refugio. Yo estaba tiritando de frío por lo mojado que estaba a pesar de que era Centroamérica y no el sur de Chile. No se me ocurría qué decir. De repente miré al suelo y vi botadas unas hojas de revistas medio embarradas y les dije: “Bueno, aquí está el informe político compañeras y compañeros combatientes. Presten atención”, y empecé a leer esos papeles.
 
Eran hojas de una revista gringa tipo Playboy, pero igual seguí leyendo la historia, que obviamente era muy subida de tono. Ellos me escuchaban atentamente en medio de los estallidos de los proyectiles y la lluvia tropical. Nadie detenía mi lectura. De repente nos empezamos a reír y a reír, y me preguntaron en qué escuela política había estudiado por la clase de formación política que les estaba entregando a los combatientes. Entre risas y risas pasó no sé cuánto tiempo, terminando todos acurrucados diciendo que había que tener cuidado con mi estilo de orientación política.
 
Después de Nicaragua, Ada entró legalmente al país con sus dos pequeños hijos a cuestas, y no dudó en brindar aseguramiento médico a los combatientes que enfrentaban a la dictadura de Pinochet. Por esa razón debió salir nuevamente al exterior, ya que su familia y ella misma corrían peligro.
Después de la lucha contra la dictadura, durante un tiempo yo no me reencontré con mis compañeros y compañeras médicas. No sabía cómo ellos se habían insertado en la sociedad chilena, pero consideré un deber hacerlo cuando me enteré de una terrible y dolorosa noticia que afectó la vida de Elena. La dolorosa muerte de su única hija.
 
Otra compañera de este grupo de mujeres combatientes internacionalistas, Elda, cuyo verdadero nombre era Ana Flores, falleció en noviembre de 2009 en Santiago. Fue parte de ese grupo de jóvenes mujeres chilenas que por compromiso social y por humanismo estuvieron de acuerdo en asumir la vida militar para aportar al término de la dictadura pinochetista. Se transformó en guerrillera internacionalista en el Frente Sur y médico destacada en la fundación del Hospital Militar Alejandro Dávila Bolaños en Managua, Nicaragua. 
 
Estas compañeras chilenas, médicos militares, son mujeres valiosas, fraternas, sencillas y valientes. En medio de todos los avatares que vivieron, supieron, además, ser madres, hijas y excelentes compañeras. Son ejemplo para las mujeres de nuestro país. Todas ellas se desempeñan hoy en el sistema de salud chileno.
 
Antes, mucho antes que este selecto grupo de diez militares internacionalistas lo fuera, dos jóvenes chilenas, “Carmen” en el Frente Interno en Managua y “Emilia” en el Frente Sur, ya apoyaban y combatían en la clandestinidad al dictador Somoza en las filas del FSLN, son también muy reconocidas por los sandinistas. 
 
Luego del triunfo de la revolución, “Adriana”, “Erika”, “Channy” y “Omaida” socialistas de verdad, eran parte del naciente Ejército Popular Sandinista, y en años posteriores en Chontales, otra región de Nicaragua, “Julia”, “Natalia” y “Mayra”, combatían fieramente a los contra revolucionarios en las filas de un Batallón de Lucha Irregular. Todas ellas también cumplieron el sueño de Gabriela Mistral.
Querida Aleida, nunca te olvidaremos
 
Su verdadero nombre Alejandra Camus. Presente.
 
Tomado del muro de *Jose Miguel Carrera*
 
Publicado en facebook el 21.4.24
 

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