Blanca Rengifo Pérez, monja, militante del MIR
Blanca Rengifo Pérez, monja, militante del MIR
“Ella construyó la historia y, a su vez, la historia la construyó. Fue un fruto rico y maduro de su tiempo histórico” (Odile Loubet)*.
Nació en 1923. Y murió en 1988. En Internet hay pocas referencias a su vida, y en la memoria de la Iglesia vive por el testimonio de quienes la conocieron y quisieron. Pero la hermana Blanca Rengifo Pérez representa uno de los testimonios más audaces e “interpeladores” que la Iglesia católica chilena haya conocido durante los últimos cincuenta años. Su figura sigue desafiando nuestras pequeñeces y su vida continúa ahí, como una pregunta constante a la comunidad de creyentes en Jesús de Nazaret, aquel Amor por el cual ella dio su vida.
INFANCIA, JUVENTUD Y PRIMEROS AÑOS DE VIDA RELIGIOSA
Hija de Alfonso Rengifo y Blanca Pérez, desarrolló su educación formal en Santiago, en la Compañía de María, pero vivió gran parte de sus años de infancia y juventud en el campo, en la zona de Mulchén, puesto que su padre trabajaba ahí como administrador de fundos. Entró a los 26 años de edad a la Congregación del Amor Misericordioso, a la cual perteneció hasta su muerte, casi cuarenta años después. Se recibió como abogada poco antes de entrar a la vida religiosa. No sabía en ese momento cuánto enriquecería ese título su acción en los tiempos en que la tragedia desgarrara a este país.
Ya como joven religiosa se destacó tanto por su inquietud intelectual como por su fervor místico. Una hermana que vivió con ella durante esos años relata que “Magdalena fue una mística. Estudiaba el Evangelio a fondo, se unió tanto a Dios que llegó a conocer la Biblia de memoria… Iba al frente de todo… Era la primera en la observancia, siempre se superaba, sencilla y exigente consigo misma”. Pero, como en un anticipo de lo que sería su existencia entera, la vida de Blanca no se contestaba en el silencio de la oración, que la unía al Dios que amaba, sino que tenía la mirada siempre atenta a los dolores del pueblo. Seguía en esto la historia de los grandes místicos de Occidente. Transformador fue en esos años su encuentro con Alberto Hurtado en el Hogar de Cristo, del que llegó a ser superiora de una casa que el Hogar destinaba a las religiosas.
La coherencia que mantuvo hasta su muerte parece indicarnos que serían estos primeros encuentros con la realidad sufriente los que dotarían su seguimiento a Jesús de sus rasgos fundamentales, aquellos que no abandonaría nunca más, aun cuando la realidad fuera tan oscura que la radicalidad se asemejara al heroísmo.
EL CONCILIO VATICANO II Y LA RENOVACIÓN DE LA(S) IGLESIA(S)
En la década del sesenta, desde Roma vendría el impulso transformador de Juan XXIII al convocar a la realización de un Concilio Ecuménico que tendría fortísimas repercusiones. En Latinoamérica la novedad del Concilio alcanzó ribetes insospechados. Una Iglesia renovada, en búsqueda de audacia evangélica, permite entender el surgimiento de figuras como Camilo Torres Restrepo, el sacerdote colombiano que murió luchando en la guerrilla como miembro del Ejército de Liberación Nacional (ELN) en 1966. Y permite entender, también, que los obispos latinoamericanos se reunieran en Medellín y pudieran utilizar conceptos como la “violencia institucionalizada”. Se trataba, sin duda, de una Iglesia que buscaba ya no solo aggiornarse a los nuevos tiempos, sino también decir una palabra de justicia en un continente surcado por una sistemática e impune violencia, cuyo rostro más doliente eran las condiciones de miseria e injusticia en que vivían las mayorías sociales.
En Chile las iniciativas emprendidas que buscaban acoger el Concilio no fueron pocas. Ahí está, para atestiguarlo, la Misión General emprendida en 1963 a cargo del “obispo de los pobres”, Enrique Alvear. El impulso conciliar se enriquecía, además, por los tiempos de cambio que vivía el país. La Iglesia católica, de la mano de los obispos Raúl Silva Henríquez y Manuel Larraín, apoyaba la reforma agraria donando fundos que eran propiedad de esta, lo que años antes hubiese sido impensado. Pero, además de las iniciativas oficiales, nacían en el seno de la Iglesia iniciativas de laicos y religiosos que buscaban una mayor fidelidad al Evangelio de Jesús. En esa línea se inscribían la “Iglesia Joven” y, años más tarde, “Cristianos por el Socialismo”.
La Congregación del Amor Misericordioso no era ajena a los aires que soplaban, y así inició en 1966 “la preparación del Capítulo General de renovación posconciliar”. La hermana Blanca formó parte del equipo que guió dicho proceso. Entre las conclusiones que las hermanas formularon se encontraba “formar pequeñas comunidades en barrios marginales” y “vivir cada comunidad del propio trabajo remunerado de las hermanas, según su cualificación profesional y su capacitación específica”.
Seguramente, la hermana Blanca bebió de esas fuentes renovadoras para repensar y reinventar su ministerio. Junto a su constante oración, a esa cultivada cercanía con Jesús de Nazaret, su señor y maestro, buscaría nuevas formas de fidelidad al Evangelio.
AL SERVICIO DEL PUEBLO CON CREATIVIDAD…
El año 1972, en la zona norte de Santiago, se produjo la toma del campamento Puro Chile, que dio origen a la población El Montijo (comuna de Cerro Navia). Hacia allá partió Blanca Rengifo, con el afán de vivir pobre entre los pobres para compartir la suerte del pueblo, hacerse solidaria de sus dolores y poner lo mejor de sí para la transformación de la historia. Eran tiempos agitados, en que bullía la movilización social y política. La hermana Blanca, que buscaba encarnar la Buena Nueva de Jesús en la historia del pueblo, no fue ajena a ese clima. Participó en las juntas de vecinos, en los procesos de (auto) construcción de la población, y llegó a ser parte de la JAP, siendo la encargada de llevar harina a las familias y panaderías del sector. Y es que Blanca no se guardaba nada: para ella, la vivencia del Evangelio solo era tal si se vivía en las luchas de los hombres. Sabía que no podría ser satisfecha el hambre de Dios, si no se satisfacía antes el hambre de pan. La manera de hablar de su Dios era hablar de la Buena Nueva que vive el hombre cuando la vida florece y se despliega.
…Y RESPONSABILIDAD HISTÓRICA
Vino, poco tiempo después, el golpe de Estado, y los sueños y esperanzas de los pobres, de construir un país más humano, fueron olvidadas y silenciadas a punta de sangre y fuego. La represión dictatorial hizo sentir su peso, especialmente en aquellos lugares con mayor actividad política hasta 1973. La hermana Blanca, inserta como estaba en el tejido local, vivió de cerca los dramas. Muchas noches inmediatamente posteriores al golpe las pasó cavando fosas en el Mapocho para enterrar los cuerpos de personas asesinadas por órganos de la dictadura. Tiempo después, y mediante una invitación del obispo Fernando Ariztía, se integró al Comité por la Paz (COPACHI), organismo de derechos humanos fundado por un conjunto de iglesias muy poco tiempo después del golpe militar. Desde entonces, Blanca sacaría lo mejor de sí para luchar por la vida. Como abogada, realizó labores diversas, que iban desde defender en juicio a trabajadores despedidos por razones ideológicas, hasta buscar las formas legales que permitieran constituir empresas de trabajadores, dados los niveles de cesantía y precariedad económica que vivía el país. Su profesionalismo y rigor fueron siempre destacados por quienes trabajaron con ella. Nos cuenta su hermana de congregación Francisca Morales que incluso había jueces que quedaban sorprendidos por su ardor, convicción y rigor profesional. Similar opinión muestran quienes trabajaron con ella. Fue en el COPACHI donde incluso enfrentó a los agentes de la DINA, para que no tomaran detenida a una persona que se encontraba en la sede de esa entidad.
Una vez disuelto el COPACHI, Blanca se integró a la Vicaría de la Solidaridad, en la que participaría hasta 1980. La dejó después para fundar el Comité de Derechos del Pueblo (CODEPU), buscando así una organización que pudiera defender a todos los perseguidos, “incluso aquellos que en un momento determinado usaron las armas de acuerdo al derecho legítimo de rebelión contra la opresión”. En CODEPU imprimió desde un inicio su sello, abogando para que no solo fuera una organización de defensa jurídica, sino para que acogiera al mismo tiempo a las diversas organizaciones sociales —que sobrevivían casi heroicamente—, para recoger las distintas reivindicaciones y uniformarlas en un planteamiento de Derechos Humanos.
En paralelo, Blanca fue militante del MIR. Quienes la conocieron al interior de la organización señalan que lo hacía porque para ella “la resistencia era Dios”. Y coinciden, a su vez, en indicar que la introversión de Blanca era tal que en el MIR muchos no sabían que ella era monja. Y que en su congregación, según nos dice una hermana suya, tampoco tenían plena certeza de cuál era su específica acción política, aunque la respetaban porque ella era signo de un inequívoco compromiso evangélico. Como militante del MIR le tocó esconder gente en su modesta casa de El Montijo, acompañar a perseguidos a embajadas para que fueran asilados, y comprender la violencia de un pueblo que veía en esta una de las pocas posibilidades de resistir a la atrocidad dictatorial. Inserta en el más hondo tejido popular, para Blanca aquella violencia solo era legítima si era “asumida extensamente por los sectores populares”.
Blanca murió sin alcanzar a contemplar la derrota electoral de la dictadura contra la que tanto había combatido. Lo hizo en medio del dolor de un cáncer de útero. Hasta el final se mantuvo luchando, aun cuando la enfermedad menguaba sus fuerzas físicas. No pudo cosechar aquello que con tanto ahínco había sembrado. Partió a la casa de su Padre, a quien tanto había amado, en medio de un país aún destrozado y atemorizado. Quizá no buscara otro reconocimiento que la certeza de que la lucha por la que dio todas sus fuerzas seguiría viva. Así se lo hizo saber un poblador de El Montijo, poeta popular, que en su Pascua le cantó: “Defendiste al perseguido/ también al encarcelado/ con riesgo de tu propia vida/ siempre estuviste a su lado”. Blanca no necesitaba otro canto. Le habrá bastado con saber que su fidelidad quedó impresa en la memoria de su pueblo. Y que esa memoria sería también su resurrección.
MSJ
Por: Gonzalo García-Campo
Publicado en Facebook el 20.9.23
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