A 50 años de su asesinato: 'El último día de Miguel Enríquez' por Mario Amorós

A 50 años de su asesinato: 'El último día de Miguel Enríquez' por Mario Amorós

Mario Amorós

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Libro Miguel Enríquez, biografía de un revolucionario.
Portada del libro 'Miguel Enríquez, biografía de un revolucionario' de Mario Amorós.

A 50 años del asesinato de Miguel Enríquez a manos de la DINA, Interferencia comparte un extracto de la quinta edición actualizada del libro 'Miguel Enríquez, biografía de un revolucionario', escrito por Mario Amorós. 

En la casa de José Domingo Cañas operaba la Brigada Halcón de la DINA, comandada por el teniente Miguel Krassnoff, que era la encargada de la represión contra el MIR. Allí tenían un mapa del área metropolitana de Santiago en el que los detalles que iban logrando con el trabajo de «inteligencia» les permitieron delimitar poco a poco el área geográfica donde creían que vivía el secretario general del MIR. «La comuna que tenían marcada era San Miguel», declaró Rosalía Martínez.

Marcia Alejandra Merino, militante mirista que se convirtió en agente de la DINA, no aportó ningún dato relevante sobre la muerte de Miguel Enríquez ni en su opúsculo, 1 ni en su declaración judicial en la causa que instruyó Carroza, pero en esta sí afirmó: «Una de las obsesiones de Krassnoff era el paradero de Miguel Enríquez». 2

Después del enfrentamiento del 4 de octubre en la avenida Grecia, los agentes de la DINA volvieron a torturar a Cecilia Jarpa en José Domingo Cañas y ella intentó engañarlos diciéndoles que al día siguiente miembros del MIR llegarían a un punto en Departamental con Gran Avenida. Por ese motivo, el sábado 5 de octubre por la mañana varios vehículos partieron de José Domingo Cañas hacia San Miguel... «Recuerdo que yo iba en un auto conducido por Moren, acompañado de Osvaldo Romo y una mujer y detrás de este iba otro vehículo, conducido por Krassnoff», prosiguió en su declaración judicial.

«Cuando volví a la casa de Santa Fe, Miguel Enríquez me informó de que los tres automóviles habían pasado nuevamente por el frente», explicó Sotomayor. «Cuando me estaba contando esto vimos que pasaron lentamente por el frente y que doblaban por la primera bocacalle que había, por lo que salí a ver si se habían estacionado a la vuelta de la esquina, pero alcancé a andar unos metros cuando vi que un grupo de hombres armados se dirigían a la casa. (...) Me devolví, avisé a Miguel Enríquez y fui hacia la parte de atrás para evaluar la posibilidad de encontrar un escape por esa vía. Alcancé a salir al patio trasero y escuché ráfagas de fuego graneado».

Como el punto que les había indicado estaba dentro del territorio que tenían delimitado para encontrar la casa clandestina de Miguel Enríquez, decidieron explorar la zona teniendo presente los pequeños detalles que habían acumulado durante las últimas semanas. «Deciden hacer un chequeo del lugar para tratar de ubicar una casa en tijerales que se encontraría enfrente de la casa de Miguel», continuó Cecilia Jarpa. «Debido a esto, Romo empieza a comandar la búsqueda y consulta en diversos negocios (lavandería y almacén) por una señora embarazada, con dos mellizas de 5 o 6 años, que correspondían a las características de Carmen Castillo. En un momento, cuando Moren daba la orden de volver al cuartel, Romo hace detener el auto y pregunta a una señora por la Carmen Castillo, de acuerdo a sus características, siendo esta señora quien responde ubicarla y le señala que “vive en esa calle”, unas cuatro o cinco cuadras más arriba, en una casa color celeste con un portón metálico».

Marcelo Moren Brito ordenó dirigirse hacia allá y pudieron verificar que, efectivamente, detrás del portón metálico estaba el vehículo que había protagonizado la balacera del día anterior y que coincidían otros detalles que habían ido arrancando con la tortura. Entonces, la DINA preparó minuciosamente el ataque.

Aquella mañana Carmen Castillo salió temprano para buscar un lugar provisional al que mudarse. José Bordaz había dormido allí y Humberto Sotomayor había llegado pronto para salir después en bicicleta y no demorarse mucho tiempo en regresar. Ella retornó hacia la una con su tarea cumplida. Sin embargo, nada más entrar su compañero se apresuró a decirle que tenían que abandonar el lugar de inmediato porque habían detectado un movimiento sospechoso de varios vehículos. 3

La declaración judicial de Humberto Sotomayor, quien jamás ha concedido una entrevista, y los múltiples testimonios de Carmen Castillo, además de otras declaraciones incluidas en el sumario, ayudan a esclarecer los últimos instantes de la vida de Miguel Enríquez.

«Cuando volví a la casa de Santa Fe, Miguel Enríquez me informó de que los tres automóviles habían pasado nuevamente por el frente», explicó Sotomayor. «Cuando me estaba contando esto vimos que pasaron lentamente por el frente y que doblaban por la primera bocacalle que había, por lo que salí a ver si se habían estacionado a la vuelta de la esquina, pero alcancé a andar unos metros cuando vi que un grupo de hombres armados se dirigían a la casa. (...) Me devolví, avisé a Miguel Enríquez y fui hacia la parte de atrás para evaluar la posibilidad de encontrar un escape por esa vía. Alcancé a salir al patio trasero y escuché ráfagas de fuego graneado».

Mientras tanto, la DINA organizaba el ataque definitivo. En agosto de 1990, la abogada Natalia Roa y Marco Enríquez-Ominami (entonces un muchacho de diecisiete años) realizaron indagaciones en el sector de Santa Fe 725 que entregaron a la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación 5 y al ministro Mario Carroza. Uno de los testimonios más relevantes que aportaron fue el de Águeda Garrido, quien vivía en la calle Chiloé 5958, una de las dos viviendas que colindaban por la parte posterior con la casa azul celeste.

En el interior, Miguel Enríquez, Carmen Castillo y José Bordaz se apresuraban a recoger unas mínimas pertenencias, una bolsa con dinero y unas armas, hasta que empezó la balacera. «Incluso yo disparé unas ráfagas de una metralleta Scorpio desde la ventana de mi habitación», ha señalado Carmen Castillo. Aquel primer enfrentamiento no duró más de veinte minutos porque los agentes de la DINA cesaron el fuego para reclamar refuerzos. En ese momento Miguel Enríquez dio la orden de «romper el cerco», de abandonar la casa.

«El hecho es que mientras yo salía, atravesando por un salón, Miguel se encontraba delante y yo estaba siguiéndolo», ha añadido Carmen Castillo. «En ese instante, estalla una granada, desconozco en qué lugar preciso, y las esquirlas que proyectó esta explosión llegaron a mi brazo derecho y parte de mi pecho, quedando gravemente herida y sangrando profusamente. Antes de desplomarme, recuerdo que pasó por mi lado José Bordaz, quien me preguntó “¿te dieron?”. Él continuó avanzando y yo caí al suelo, perdiendo por un instante el conocimiento».

Por su parte, Humberto Sotomayor ha descrito así aquellos segundos: «En ese momento Miguel Enríquez salió por una puerta lateral del living de la casa hacia el estacionamiento y lo vi caer de bruces al suelo. Le grité e intentó levantar la cabeza y vi una gran herida en la cara y nuevamente cayó la cabeza. Yo soy médico y para mí era evidente que la herida de la cabeza era muy grave y que el intento de huir a esas alturas era imposible para Miguel Enríquez». José Bordaz y él sí lograron escapar. Sotomayor se asiló después en la Embajada de Italia, mientras que Bordaz fue emboscado por el SIFA el 5 de diciembre, cayó herido y murió dos días después en el Hospital de la Fuerza Aérea, tras haber sido torturado. 4

Carmen Castillo perdió el conocimiento durante algunos minutos. En solitario, Miguel Enríquez tuvo que preparar la defensa de su compañera embarazada y de su propia vida.

Mientras tanto, la DINA organizaba el ataque definitivo. En agosto de 1990, la abogada Natalia Roa y Marco Enríquez-Ominami (entonces un muchacho de diecisiete años) realizaron indagaciones en el sector de Santa Fe 725 que entregaron a la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación 5 y al ministro Mario Carroza. Uno de los testimonios más relevantes que aportaron fue el de Águeda Garrido, quien vivía en la calle Chiloé 5958, una de las dos viviendas que colindaban por la parte posterior con la casa azul celeste.

La minuciosa declaración judicial de Carmen Castillo permite reconstruir los momentos posteriores: «Al recuperar por primera vez la conciencia, al parecer segundos después, veo a Miguel a dos metros de mí, tendido de espaldas en el suelo, con vida y con una pequeña herida en la mejilla, de la cual estaba sangrando, pero nuevamente perdí la conciencia. Al recuperarme por segunda vez, veo a Miguel que se encontraba de pie, también a dos metros de mí, en el mismo lugar y cerca del vehículo, en posición de disparar, recordando que había mucho ruido producto de los múltiples tiros que se estaban efectuando en el lugar. Nuevamente perdí la conciencia y al recuperarla por tercera vez, recuerdo que Miguel me levanta y me ubica tras un librero para protegerme».

En su relato, Garrido señaló que varias personas vestidas de civil llegaron a su residencia, se identificaron como «policías» y le ordenaron que rasgara algunas sábanas blancas que utilizarían como distintivo. Cuando ella preguntó de qué se trataba, los agentes de la DINA le respondieron claramente: «Venimos a matar a un mirista». Después, le reclamaron el balcón, que miraba al patio de Santa Fe 725, para utilizarlo como campo de tiro y, como se negaron, fueron forzados a abandonar la casa, que fue ocupada por numerosos individuos armados. En la calle, la señora Garrido y su esposo se dieron cuenta de que toda la manzana estaba invadida por un inmenso operativo, en tanto que en el resto de las viviendas se repetía la situación que habían sufrido. A los pocos minutos empezó una balacera que no pudieron olvidar durante años.

La minuciosa declaración judicial de Carmen Castillo permite reconstruir los momentos posteriores: «Al recuperar por primera vez la conciencia, al parecer segundos después, veo a Miguel a dos metros de mí, tendido de espaldas en el suelo, con vida y con una pequeña herida en la mejilla, de la cual estaba sangrando, pero nuevamente perdí la conciencia. Al recuperarme por segunda vez, veo a Miguel que se encontraba de pie, también a dos metros de mí, en el mismo lugar y cerca del vehículo, en posición de disparar, recordando que había mucho ruido producto de los múltiples tiros que se estaban efectuando en el lugar. Nuevamente perdí la conciencia y al recuperarla por tercera vez, recuerdo que Miguel me levanta y me ubica tras un librero para protegerme».

Cuando recobró su conciencia de manera definitiva todo había acabado. Escuchó el estruendo de los agentes de la DINA que irrumpían en la casa, rompían las puertas y destrozaban todo lo que encontraban a su paso. Marcelo Moren Brito se acercó a ella, la insultó y le propinó una bofetada y después algunos de sus subordinados la arrastraron hasta la calle y la dejaron en la vereda. Desde allí escuchó un grito que entonces no relacionó con su compañero: «¡Hay un muerto!».

El 14 de marzo de 2013 tres agentes de la Brigada de Derechos Humanos de la Policía de Investigaciones, a petición del ministro Mario Carroza, procedieron a tomar declaración a varios vecinos. El testimonio más significativo que obtuvieron fue el de Marisol Fuenzalida, quien tenía nueve años en octubre de 1974 y entonces seguía viviendo en la misma casa de la calle San Francisco en cuyo patio fue acribillado Miguel Enríquez.

Durante el enfrentamiento su madre (ya fallecida) les indicó a su hermana y a ella que se escondieran debajo de un catre en una pieza. «Mientras tanto, desde afuera estaban disparando contra mi casa e incluso sentí pasos en el techo, lo cual se extendió por harto tiempo, hasta que patearon la puerta principal, la cual rompieron, sacándonos a todas de la casa, ya que solamente estábamos mi madre, mi hermana Ana y yo, quedándonos en la casa de un vecino. Recuerdo que, al momento de salir, me percaté de que estaba el cuerpo del vecino que vivía en calle Santa Fe 725, contiguo a mi casa. Esta persona estaba tendida en el suelo, con su cabeza al poniente, y vi mucha sangre alrededor de él, sin ver heridas o armas en su poder». 6 En aquella época el suelo de su hogar era de tierra. Allí quedó la sangre de Miguel Enríquez: sobre la tierra chilena.

 

1 Merino Vega, Marcia Alejandra, Mi verdad. Más allá del horror, yo acuso, Santiago de Chile, 1993.
2 Declaración de Marcia Alejandra Merino del 26 de septiembre de 2013. Causa-rol 309-2012 del 34º Juzgado del Crimen de Santiago de Chile. Tomo III. Foja 817.
3 Declaración de Carmen Castillo del 18 de diciembre de 2012. Causa-rol 309-2012 del 34º Juzgado del Crimen de Santiago de Chile. Tomo I. Fojas 248-251.
4 Cabieses, Manuel, «El último día de Miguel Enríquez», Punto Final, nº 404, Santiago de Chile, 10 de octubre de 1997, pp. 16-17.
5 En el invierno de 1990, inicialmente los vecinos del lugar ni siquiera querían abrirles las puertas por el miedo a sufrir represalias, pero algunos aceptaron conversar con ellos al saber que quien preguntaba con más insistencia era el hijo de Miguel Enríquez
6 Causa-rol 309-2012 del 34º Juzgado del Crimen de Santiago de Chile. Tomo II. Fojas 413-421.

Extractado de: https://interferencia.cl/articulos/50-anos-de-su-asesinato-el-ultimo-dia-de-miguel-enriquez-por-mario-amoros

 

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